DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2008 | 12ª etapa

Lo probable

Un cazador recurriría al dicho de la liebre. Ya se sabe, a ése que dice que ésta salta donde menos se la espera. Yo, como no soy cazador ni especialmente creyente en ese dicho, diría que sí, que ayer se lio una buena en un momento en el que nadie lo esperaba, pero que, en buena lógica, entraba dentro de lo probable. Podía pasar y pasó, aunque nadie esperaba que pasase.

Y se podría aplicar la frase a cualquiera de los candidatos al triunfo en la clasificación general y a cualquiera de las circunstancias que se diesen. La circunstancia de ayer fue el frío y la lluvia en conjunción con los...

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Un cazador recurriría al dicho de la liebre. Ya se sabe, a ése que dice que ésta salta donde menos se la espera. Yo, como no soy cazador ni especialmente creyente en ese dicho, diría que sí, que ayer se lio una buena en un momento en el que nadie lo esperaba, pero que, en buena lógica, entraba dentro de lo probable. Podía pasar y pasó, aunque nadie esperaba que pasase.

Y se podría aplicar la frase a cualquiera de los candidatos al triunfo en la clasificación general y a cualquiera de las circunstancias que se diesen. La circunstancia de ayer fue el frío y la lluvia en conjunción con los descensos de las carreteras cántabras. El perjudicado, Valverde, que perdió sus opciones en el momento en el que el riesgo parecía haber pasado.

Como las gafas empañadas apenas me dejaban ver y la radio dejó de funcionar, no sabía qué pasaba

Todos estábamos avisados de lo que podía pasar en el descenso de La Lunada. La etapa partió de Burgos con tiempo soleado, pero a lo lejos las nubes se veían densas y, conforme nos adentrábamos en la cordillera Cantábrica, cada vez se tornaban más negras. Nuestro director nos comunicó que había recibido la llamada del conductor del autobús. Éste circulaba por la autopista en nuestra misma dirección bastantes kilómetros más hacia el Oeste y allí ya estaba pegando de lleno la tormenta. Lo previsible se convirtió en certeza y todos acudimos al coche en busca de protección para lo que estaba por llegar: chubasqueros, chalecos, manguitos y gorras. Todos, preparados.

La etapa iba tranquila. Había escapada, pero todo estaba bajo control. Así que nos topamos con el agua en la subida a La Lunada, el punto clave de la etapa -eso parecía-. Había que comenzar la bajada en cabeza, ésa era la orden, pues era larga y peligrosa tanto por la lluvia y por la niebla como por el mal asfalto. Cualquier caída podía cortar el pelotón en mil pedazos.

Así que, cuando llegamos abajo sanos y salvos -yo bajé en la segunda posición del pelotón comandado por JV-, el peligro del día parecía haber pasado. Ahora, etapa tranquila hasta los últimos kilómetros, que será cuando la escapada quede anulada y llegue la guerra para el sprint.

No podía estar más equivocado. Yo, que marchaba en el grupo delantero, no sabía lo que pasaba. Entre que las gafas empañadas apenas me dejaban ver, que la radio me dejó de funcionar por la humedad y que era difícil identificar a los corredores con los chubasqueros, no sabía exactamente qué era lo que pasaba, pero era fácil deducirlo viendo quién trabajaba por delante. Alguien se había quedado cortado. ¿Quién? El bala, me dijo Purito; asunto resuelto.

Pues eso es lo que pasó -más información en las crónicas-. Yo me voy a cenar con mi familia, que hace ya mucho tiempo que no les veía y ya hay ganas -y necesidad-. Y mañana, que nadie me espere, que uno ya va necesitando un descanso.

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