Análisis:EL ACENTO

El regreso al trabajo

El síndrome posvacacional no existe, nos dice la última oleada de expertos en el alma humana; pero la prueba de que lo hay es que mucha gente que no compra lotería ni en Navidad, prueba en verano: con la esperanza de no volver al trabajo.

Trabajo: palabra que deriva de tripalium, tres palos, aparato que servía para tener bien sujetas a las caballerías y cuya raíz es la misma que la de la voz tortura. El negacionismo del síndrome, ¿será una forma refinada de tortura añadida, de forma que quienes lo padecen ni siquiera tengan el consuelo de ser víctimas de un mal debidamente catalo...

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El síndrome posvacacional no existe, nos dice la última oleada de expertos en el alma humana; pero la prueba de que lo hay es que mucha gente que no compra lotería ni en Navidad, prueba en verano: con la esperanza de no volver al trabajo.

Trabajo: palabra que deriva de tripalium, tres palos, aparato que servía para tener bien sujetas a las caballerías y cuya raíz es la misma que la de la voz tortura. El negacionismo del síndrome, ¿será una forma refinada de tortura añadida, de forma que quienes lo padecen ni siquiera tengan el consuelo de ser víctimas de un mal debidamente catalogado y muy compartido?

Lo que sí parece establecido, al menos para las personas adultas, es que ese mal no deriva tanto del contraste entre la felicidad veraniega y el fastidio laboral como de una frustración; por buena que haya sido la holganza, nunca estará a la altura de nuestro recuerdo de aquellas vacaciones escolares que se iniciaban a mediados de junio y se alargaban hasta octubre: el síndrome es una dolorosa manifestación de la añoranza.

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Pero tampoco hay que exagerar. Si se considera un síntoma universal y a la vez se equipara a la depresión, la conclusión (absurda) sería que es una suerte no tener vacaciones. Cuando estaba de moda admitir la existencia del síndrome, se recomendaba combatirlo distribuyendo las vacaciones a lo largo del año y cambiar la idea de no hacer nada por la de hacer cosas diferentes; trabajar, pero en otras tareas.

Freud sabía muy bien que la felicidad es imposible en nuestra especie, dado que somos mortales; que cualquier destello de dicha se vería inmediatamente ensombrecido por la conciencia de que se acabará. Por ello, lo más parecido a felicidad que imaginaba era la satisfacción por el trabajo bien hecho, por la obra terminada.

Pero reconocía que no todos los oficios ofrecen las mismas posibilidades de alcanzar esa aproximación. Es más alcanzable en profesiones que permitan ver de inmediato el fruto del trabajo. Por ejemplo, el periodista que cada mañana comprueba el resultado de su esfuerzo de la víspera. Siempre que no haya alguien aquejado de síndrome posvacacional empeñado en modificarlo.

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