Análisis:Cosa de dos

Vidas

Todas las vidas, en teoría, valen lo mismo. Y todas las muertes. En la práctica actuamos como si no fuera así. Los medios no disponen de un corresponsal en cada centro hospitalario, atento a recoger los detalles de cada defunción, a interrogar a los allegados acerca del dolor que sufren, a recoger detalles biográficos para escribir una semblanza del fallecido.

Esa atención se dispensa muy raramente, porque sólo algunas muertes merecen el interés del público. ¿Qué muertes son elevadas a la categoría del "interés general"? Las de los personajes famosos, sin duda. También las espectaculare...

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Todas las vidas, en teoría, valen lo mismo. Y todas las muertes. En la práctica actuamos como si no fuera así. Los medios no disponen de un corresponsal en cada centro hospitalario, atento a recoger los detalles de cada defunción, a interrogar a los allegados acerca del dolor que sufren, a recoger detalles biográficos para escribir una semblanza del fallecido.

Esa atención se dispensa muy raramente, porque sólo algunas muertes merecen el interés del público. ¿Qué muertes son elevadas a la categoría del "interés general"? Las de los personajes famosos, sin duda. También las espectaculares, es decir, aquellas acaecidas en circunstancias truculentas, en especial las que pueden documentarse con material gráfico: si una cámara filma un accidente de tráfico con muertos, las imágenes acabarán difundiéndose: el público quiere saber. Otra categoría interesante es la formada por asesinatos y homicidios cometidos de forma singularmente violenta. Y, por supuesto, las muertes colectivas.

Si nos dicen que en un día determinado han fallecido 154 personas en otros tantos accidentes de todo tipo, nos quedamos tan fríos. ¿Un albañil pierde la vida al caer del andamio? Escaso interés. La vida de esa persona, como su muerte, nos resulta bastante indiferente. ¿Son tres los albañiles muertos en la misma caída? Bueno, eso ya es otra cosa. ¿Que son 15 los muertos? Ahí necesitamos saber los nombres y ver los rostros, descubrir que uno de ellos se casaba al día siguiente, apenarnos por la juventud de otro, indignarnos porque un tercero carecía de papeles.

¿150 muertos? Paren máquinas, interrumpan las emisiones, arríen las banderas. Queremos saberlo todo, horrorizarnos con los minutos previos al desastre, que nos describan con exactitud el instante pavoroso. Queremos sufrir con los allegados y, queremos, como los allegados, ofuscarnos, y que nos expliquen ahora mismo el porqué, y que comparezcan los culpables, y que sufran un castigo ejemplar e inmediato. Cada una de las vidas perdidas nos parece un tesoro y necesitamos detalles. Cuantos más, mejor. Todos estamos de luto. Todos amamos a los fallecidos.

No sé por qué ocurre eso. Quizá es un mecanismo de cohesión social. Un cínico pensaría que es negocio. No lo sé. Tampoco sé si para quienes padecen de verdad, la familia, los próximos, quienes no se sientan entre el público, es mejor una muerte de interés general o una muerte privada. Prefiero pensar que lo segundo.

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