Análisis:Cosa de dos

El respiro

A esa fracción de gloria, de resquemor o de pena que una persona o personaje vive ante un micrófono de la tele se le llama respiro. El respiro. Y se llama así porque comienza con la primera respiración del ser humano que está ante el canuto y acaba cuando esa respiración termina. Unos segundos y ya está dicho lo que quiere la cámara. En un suspiro pasa el respiro. A veces dura más. A ese gesto de la mano televisiva también se le llama canutazo, por el micrófono que ponen delante del personaje que no merece una entrevista más larga, varias respiraciones. Estos días de tantas emociones trágicas ...

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A esa fracción de gloria, de resquemor o de pena que una persona o personaje vive ante un micrófono de la tele se le llama respiro. El respiro. Y se llama así porque comienza con la primera respiración del ser humano que está ante el canuto y acaba cuando esa respiración termina. Unos segundos y ya está dicho lo que quiere la cámara. En un suspiro pasa el respiro. A veces dura más. A ese gesto de la mano televisiva también se le llama canutazo, por el micrófono que ponen delante del personaje que no merece una entrevista más larga, varias respiraciones. Estos días de tantas emociones trágicas ha habido muchos respiros y muchos canutazos; a veces han sido consistentes, sobrecogedores; pero ha habido que llenar de respiros y suspiros y no todo era relevante para hacerse una idea de lo que le estaba pasando a la gente. Eso es periodismo: decirle a la gente lo que le pasa a la gente, como decía el periodista italiano Eugenio Scalfari. Pero a veces el periodismo no dice todo lo que le pasa a la gente, porque acaso la respiración se recoge a destiempo, o no se recoge. El respiro agitado que ha alcanzado a todas las televisiones es ese instante de rabia de un familiar afectado por la tragedia de Barajas, que vio un micro delante y respiró su dolor arremetiendo contra los políticos; no quería que se le acercaran los políticos, y lo gritaba como si se secara una herida. Era un respiro, y tal era el desorden de su rabia que no tuvo a mano los argumentos de su cabreo. ¿Qué le hicieron, exactamente, esos que siempre hicieron algo malo? ¿Los políticos son los culpables de la tragedia de Barajas? Ya son culpables de muchas cosas, a veces de veras y a veces porque ese ejercicio diluido de la responsabilidad pública los pone siempre en el punto de mira. Pero, ¿se merecen todos y cada uno que, en el ejercicio libre del respiro público, se les acuse de todo lo que se mueve mal? Pues no. Pero así es, por el agujero del tópico que culpa a la clase política de casi todo, se cuela a veces, con el dolor, el lugar común; y en medio del justificado dolor que causa la muerte terrible vemos otra vez a los políticos escupidos fuera de la clase. Las cámaras dejaron luego al hombre con su dolor, los políticos se quedaron, de nuevo, con la cara manchada, y el suceso, el gran suceso tremendo, se quedó en el aire con otra culpa colgada. Antes de que haya culpables (o culpable) el respiro público ya ha dejado en el camino unos cuantos.

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