Crónica:PEKÍN 2008 | Natación

Adiós al gran 'pecho pollo'

Van den Hoogenband se despide con la grandeza de un campeón

"Odio nadar". El destino tiene extraños guiños, así que aquel niño que tenía berrinches en la piscina se despidió ayer en Pekín tras una carrera extraordinaria, con un puesto vitalicio en la cofradía de los grandes velocistas de la historia. A sus 30 años, Pieter Van den Hoogenband, triple campeón olímpico, le dijo adiós a la competición tras ser quinto en la final de 100 metros libres en la que se impuso el francés Alain Bernard, el mismo que en marzo pasado pulverizara su fabuloso récord mundial en esta distancia, fijado en Sidney 2000, cuando VDH se convirtió en el primer nadador en bajar d...

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"Odio nadar". El destino tiene extraños guiños, así que aquel niño que tenía berrinches en la piscina se despidió ayer en Pekín tras una carrera extraordinaria, con un puesto vitalicio en la cofradía de los grandes velocistas de la historia. A sus 30 años, Pieter Van den Hoogenband, triple campeón olímpico, le dijo adiós a la competición tras ser quinto en la final de 100 metros libres en la que se impuso el francés Alain Bernard, el mismo que en marzo pasado pulverizara su fabuloso récord mundial en esta distancia, fijado en Sidney 2000, cuando VDH se convirtió en el primer nadador en bajar de 48 segundos (47,84s). De alguna forma, aquel registro de Bernard agudizó en VDH su idea de la retirada. Bernard, a la cabeza de una nueva y brillante generación de sprinters, batió su marca en los Europeos de Eindhoven. En esa ciudad holandesa comenzó la leyenda de Van den Hoogenband, que llegó a ser reconocido como una estrella pop en su país, el único capaz de discutir la jerarquía del fútbol oranje.

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Hijo de Cornelius, cirujano traumatólogo del PSV Eindhoven, y de Astrid Velver, subcampeona de Europa de 800 libre en los setenta, Pieter claudicó ante los deseos maternos y fue zambullido a la piscina desde que era un crío. Tanto a su padre como a él les tiraba el fútbol del PSV, donde se acunaba por entonces uno de sus grandes amigos de siempre, Ruud Van Nistelrooy.

Finalmente, Pieter complació a sus dos progenitores y se dedicó al waterpolo, agua y balón. Resultó que era un gran nadador y un pésimo pasador de la pelota. Con ese panorama, no hubo más remedio que atender los deseos maternos. Astrid convenció a su marido para que aprovechara sus contactos en el PSV y pudiera crear en Eindhoven una escuela de natación. El club y algunos de sus patrocinadores entregaron a la causa 35.000 dólares y Pieter encontró un escenario cualificado para lanzar su carrera dirigido por Jacco Verhaeren, novio de la otra gran nadadora holandesa de comienzos de siglo, Inge de Bruijn.

Con 18 años, VDH fue cuarto en Atlanta 96. Eran los tiempos en los que reinaba un mito de la velocidad, Alexander Popov. Frente a la excelencia del extraordinario nadador ruso, que se comportaba como un zar en la piscina, el holandés despuntaba no sólo por sus marcas, accesibilidad y simpatía, sino por su morfología. Pieter tenía una extraña concavidad a la altura del esternón, por lo que sus compañeros y adversarios le apodaban Pecho Pollo. "Gracias a ese hundimiento le resbala mejor el agua", sostenía su madre. Tras unos años en los que intentó compaginar el deporte con los estudios, VDH regresó como un turbo en 1999, cuando en los Europeos de Estambul destronó a Popov, en los 100 y 50 metros. Un anticipo de su explosiva e inolvidable participación en los Juegos de Sidney de 2000.

En Australia, meca de la natación, el holandés se proclamó campeón en 100 y 200 metros libre, superando a Popov y al ídolo local, Ian Thorpe, al que hasta esa fecha se tenía por invulnerable. En ambas distancias, VDH batió el récord del mundo y causó un estupor general entre la apasionada e ilustrada afición aussie. Pese al disgusto, el público le despidió con una gran ovación. En dos años, el holandés había sepultado a dos iconos como Popov y Thorpe. Algunos incrédulos quisieron indagar en aspectos tenebrosos. Cornelius, el padre de Pieter, cortó el asunto de raíz tras ser acorralado en Sidney por unos cuantos periodistas: "Si mi hijo se dopara le partiría las piernas". En aquellos Juegos, VDH también se colgó el bronce en los 50 metros y en el relevo 4x200 libre. Cuatro años después, en Atenas, repitió el oro en los 100 y fue plata en 200 y 4x100.

En Pekín, ayer, dijo basta. Llegó a la final con la tercera mejor marca, pero no pudo resistir el ritmo de Bernard y el australiano Eamon Sullivan, dos cuchillos sobre el agua que en las semifinales, con cinco minutos de diferencia, habían batido una vez cada uno el récord mundial. En la final, VDH dio el giro a los 50 metros con el peor tiempo (23,25s), pero en el segundo tramo fue el más rápido (24,50s), por delante incluso de Bernard (24.68). "Hay una nueva y gran generación; es el momento de retirarse", dijo VDH al salir de la piscina. En estos tiempos de vértigo natatorio, Pieter ya ha ganado con creces el jubileo. De niño odiaba la natación, quizá ahora la añore.

Pieter van den Hoogenband.AP

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