Columna

La barbacoa

Hasta hace unos años la barbacoa era, básicamente, una canción de Georgie Dann. Hoy, sin embargo, es el plan veraniego habitual para muchísimos madrileños. La expansión inmobiliaria ha sembrado la comunidad de chalés adosados o pisos bajos con jardín, de casitas siamesas en urbanizaciones o en medio de campos abrasados por el sol y la maleza. Y gran parte de esas viviendas tiene un patio demasiado pequeño para construir una piscina y excesivamente grande para montar un pozo, pero del tamaño justo de una barbacoa.

Hace una década, los pilotos de Iberia se traían pesadas barbacoas de Esta...

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Hasta hace unos años la barbacoa era, básicamente, una canción de Georgie Dann. Hoy, sin embargo, es el plan veraniego habitual para muchísimos madrileños. La expansión inmobiliaria ha sembrado la comunidad de chalés adosados o pisos bajos con jardín, de casitas siamesas en urbanizaciones o en medio de campos abrasados por el sol y la maleza. Y gran parte de esas viviendas tiene un patio demasiado pequeño para construir una piscina y excesivamente grande para montar un pozo, pero del tamaño justo de una barbacoa.

Hace una década, los pilotos de Iberia se traían pesadas barbacoas de Estados Unidos. En España era muy difícil encontrar parrillas de gas o de carbón donde brasear hamburguesas, chorizos y panceta. La BBQ era una opción típicamente americana. En los años ochenta aquí lo único que tomábamos a la barbacoa eran los fritos de Matutano.

Lo 'cool' es montarse la reunión con los amigos en torno al grill en territorio propio

Ahora, sin embargo, están por todas partes. Llega el buen tiempo y cualquier punto de venta de muebles de terraza oferta barbacoas. Parece que si tienes un trozo de terreno propio y no calcinas alguna salchicha estás desperdiciando la gran oportunidad que te ha brindado la burbuja inmobiliaria. Muchos chalés en venta subrayan tener parrillas de obra y ya está proliferando el negocio de la barbecue a domicilio, un servicio que te monta el tinglado en casa o donde tú quieras (también pone la carne, el pescado y las salsas, y hasta se ofrece a dar clases de braseamiento).

Desde hace dos veranos, y tras el trágico incendio de Guadalajara, Esperanza Aguirre prohibió encender fogatas en toda la Comunidad. La barbacoa playera o la dominguera en Madrid y otros lugares de secano siempre existió, pero hoy parece que resulta cutre divertirse en lugares públicos. Hemos ingresado en la era de lo privado. Lo cool es montarse el cine en casa, la piscina (aunque sea de plástico) en casa y, por supuesto, la reunión con los amigos en torno al grill propio en territorio propio. Se lleva la autosuficiencia, la exclusividad, el lujo de la independencia. Todo, también, muy americano.

Gran cantidad de treintañeros se han ido de sus casas con diez años de retraso respecto a sus expectativas (y las de sus padres), pero, voluntariamente o no, han dado el salto a un estilo de vida hasta hace poco asociado al alto standing. Probablemente, la casa de sus sueños no tenía los cimientos en Quijorna, Alpedrete, Manzanares o Paracuellos, pero las afueras proporcionan inesperados placeres, como ver prenderse las estrellas o las brasas. Se trata de sacarle partido al pago de la hipoteca, pero también supone la inauguración de un nuevo concepto existencial. Madrid ya son, al menos, dos Madrides: el Madrid de la barbacoa y el Madrid sin ella.

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El debate sobre la vivienda (en caso de poder elegir) ya no se basa en si se prefiere una casa antigua en el centro o una nueva en la periferia, que si gas natural o butano, si es mejor un piso alto o un primero. Ahora la población se encuentra dividida entre quienes residen más o menos céntricos y los que han optado por un nuevo way of life americanizado, con su chalecito de chimenea, su huerto de tomates cherry y hasta su canasta sobre el garaje.

Se ha sacrificado tiempo para ganar espacio. Es cierto que los habitantes de estas urbanizaciones en el extrarradio (es decir, más allá del anillo intergaláctico de la M-50) suelen invertir más tiempo en desplazarse al trabajo que los residentes en Madrid capital, pero a cambio disfrutan de comedores de 40 metros cuadrados, de buhardillas donde organizar sesiones de Play con los amigos y de grandes neveras generadoras de cubitos de hielo. Quien ha probado este estilo de vida dice que no podría volver a la búsqueda de aparcamiento en zona verde, al ulular de las ambulancias, a los vecinos de arriba, a tender la ropa en la habitación del ordenador. Alegan que los niños crecerán más felices jugando con las hormigas del terruño privado, respirando aire puro, no durmiendo en literas.

Los que nos hemos quedado a vivir en el centro (dentro del anillo interurbano de la M-30) probablemente tampoco podríamos adaptarnos a una rutina sin bares en la acera de enfrente, sin metro y sin un Corte Inglés más o menos cerca. Pero también es verdad que cada vez nos resulta más fastidioso vivir sin un amigo que, en las noches de verano, nos invite a una barbacoa en el jardincito de su casa.

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