Crítica:TEATRO

Loco de soledad

La lluvia amarilla, novela que inspira este espectáculo, se nutre del humus de los relatos populares contados al amor de la lumbre: es igual de sencilla y de telúrica. Julio Llamazares, su autor, hace la crónica del abandono de un pueblo del Pirineo aragonés y del enloquecimiento progresivo del pastor Andrés de Casa Sosas, su último habitante.

En la adaptación escénica de José Ramón Fernández, condensada y fiel, el peso del relato en primera persona cae sobre Chema de Miguel, su intérprete único, que hace una composición física excelente del protagonista solitario. Emilio del Val...

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La lluvia amarilla, novela que inspira este espectáculo, se nutre del humus de los relatos populares contados al amor de la lumbre: es igual de sencilla y de telúrica. Julio Llamazares, su autor, hace la crónica del abandono de un pueblo del Pirineo aragonés y del enloquecimiento progresivo del pastor Andrés de Casa Sosas, su último habitante.

En la adaptación escénica de José Ramón Fernández, condensada y fiel, el peso del relato en primera persona cae sobre Chema de Miguel, su intérprete único, que hace una composición física excelente del protagonista solitario. Emilio del Valle, el director, le ha marcado que permanezca durante todo el espectáculo sin pestañear, con los ojos desorbitados, cosa que el actor hace muy bien, pero sin modular su actitud permanentemente enfebrecida: es idéntica de principio a fin, lo mismo cuando relata las cosas más prosaicas que cuando ve aparecer un fantasma.

La lluvia amarilla

De Julio Llamazares. Versión: J. R. Fernández. Intérprete: Chema de Miguel.

Dirección: Emilio del Valle. Teatro Español. Sala pequeña. Hasta el 27 de julio.

Igual que Llamazares pone un vocabulario culto en boca de un pastor, Del Valle hubiera podido diseñar una puesta en escena menos naturalista, para que el drama pase mejor. Lo intenta con unos intermedios musicales en vivo de Francisco Lumbreras, que suavizan la interpretación proteica pero angulosa de De Miguel, una octava más baja de lo que en él sería natural. Aunque Casa Sosas nos hable desde su último día de vida y cuanto diga esté coloreado por su locura, en ciertos momentos se le podría haber marcado un registro llano o puramente narrativo, para crear contrastes. La escenografía de Francisco Ramírez es sencilla, poética y evocadora.

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