Análisis:OPINIÓN

Invertir más en Europa

Los irlandeses son entusiastas de la pertenencia a la Unión Europea: lo aseguraba el Eurobarómetro de junio, después de que 800.000 ciudadanos de ese país se cargaran en las urnas el Tratado de Lisboa. ¿Fallan las encuestas? Más bien, lo que puede haber fallado es la inversión de las instituciones en la explicación del futuro. Las lagunas informativas sobre lo que está en juego atizan los miedos (por ejemplo, a la pérdida de la identidad nacional, como sucedió en el caso del referéndum irlandés). Y así se van al garete las bases legales que habrían permitido nombrar un presidente estable de la...

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Los irlandeses son entusiastas de la pertenencia a la Unión Europea: lo aseguraba el Eurobarómetro de junio, después de que 800.000 ciudadanos de ese país se cargaran en las urnas el Tratado de Lisboa. ¿Fallan las encuestas? Más bien, lo que puede haber fallado es la inversión de las instituciones en la explicación del futuro. Las lagunas informativas sobre lo que está en juego atizan los miedos (por ejemplo, a la pérdida de la identidad nacional, como sucedió en el caso del referéndum irlandés). Y así se van al garete las bases legales que habrían permitido nombrar un presidente estable de la Unión y dar soporte institucional a la política exterior común.

Últimamente, asomarse al balcón de Europa es hacerlo a un paisaje intrincado. Este espacio de democracia y mercado en común sufre un proceso de reformas al aceite de ricino, que huele a involución y provoca el escándalo, desde las 60 horas de trabajo semanal hasta los centros de concentración de personas sin documentos. Cada vez que se pregunta a los europeos algo que implique caminar hacia un gobierno en común, las respuestas de apoyo (España) quedan en franca minoría frente a los revolcones (Holanda, Francia, Irlanda). Por descontado, imaginarse unos Estados Unidos de Europa equivale a una ensoñación.

La mayoría de los españoles continúa apoyando a la UE, pero la creen perjudicial para los precios
Los dirigentes europeos actuales recuerdan poco al grupo de los Kohl, Mitterrand, Delors o González

¿Quién podría reforzar la credibilidad de la Unión? Sin entregarse a la nostalgia, forzoso es reconocer que la personalidad de los dirigentes actuales se asemeja poco a los Helmut Kohl, François Mitterrand, Jacques Delors o Felipe González, que impulsaron proyectos de gran calado: la moneda común, los fondos estructurales -el mayor esfuerzo solidario llevado a cabo entre países de la UE- o la libre circulación en el Espacio Schengen. Ahora se habla de orden, autoridad y ruptura de derechos que se suponían adquiridos. Las relaciones entre los dirigentes de hogaño también son distintas: Nicolas Sarkozy, nada más instalarse como presidente de turno de la UE, acusó al comisario de Comercio, Peter Mandelson, de sabotear la producción agrícola europea. Ni más, ni menos.

Para salir del atasco, los ojos se vuelven hacia el antiguo eje franco-alemán. Pero personas que siguen de cerca a Nicolas Sarkozy y Angela Merkel no descubren la suficiente química en esa pareja. Alemania pesa lo bastante como para vetar cualquier iniciativa en la Unión -casi imposible hacer algo si Berlín pone mala cara-, pero de ahí a tirar por sí misma del carro comunitario hay mucha distancia. Tony Blair habría sido una personalidad interesante, si su alineamiento con Bush y la falta de participación británica en la moneda común no le hubieran anulado.

De momento, Sarkozy lleva el balón. Y se le ve capaz de inventarse diabluras, aguijoneado, como en el fútbol, por el suspense del resultado. Su problema es que confía demasiado en los batallones de cámaras y periodistas (gráficos), en la imagen como modo de transmitir sensación de poder a través de las "cumbres" que tiene preparadas para su semestre, la primera de ellas el próximo fin de semana a cuenta de la llamada Unión por el Mediterráneo.

Sería absurdo que las élites españolas, empezando por Zapatero, se ensimismaran en los problemas internos. Estar pendientes de la UE es ciertamente más tedioso que ver a Casillas parando un dramático penalti, pero los instantes de felicidad proporcionados por el fútbol se quedan en eso. Los desafíos están ahí, con las fauces abiertas: imposible sustraerse a los riesgos de recesión, a la angustia por el aprovisionamiento energético, al encarecimiento del precio del dinero (de las hipotecas, como directa repercusión popular); al control de la inmigración, a la criminalidad organizada o a las operaciones militares fuera de Europa.

Dos tercios de los españoles mantienen una actitud favorable hacia la UE, según el Barómetro de mayo del CIS. Pero gran parte de esa adhesión es en términos vagos, poco comprometida: los asuntos europeos interesan poco o nada al 58%. Una amplia mayoría reconoce los beneficios que la UE ha aportado a las obras públicas, las nuevas tecnologías o el desarrollo de las regiones desfavorecidas; sin embargo, el 54% considera que formar parte de la UE está siendo "más bien perjudicial" para los salarios. Y el 79% cree que también lo es para los precios.

Como los irlandeses, seis de cada diez españoles no tienen ni idea de si el Tratado de Lisboa conviene o no. Si las élites se desentienden de la Unión, si el Gobierno y el Parlamento no lo explican mejor, Europa puede perder importancia para los ciudadanos en España. ¿A quién le interesa esto? -

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