SAQUE DE ESQUINA

El gen de la victoria

España tiene la memoria del fracaso pero también tiene el gen de la victoria. El gen de la victoria lo personifica El Guaje, David Villa, el 7. Es el número de la suerte, y ahora es el número de Villa. Lo fue de otro, lo será de otro, porque el fútbol es eterno pero los futbolistas no lo son. El 7 sí es eterno, y si España lo administra, si lo tiene ahí, bien provisto de balones suaves que encajen con el poderío de su fortuna, ese gen renace, se hace presente, dispara y gol.

Pasó ayer, pasó más veces, y pasará. Cuando un equipo recupera el ansia de ganar y se olvida de la siesta,...

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España tiene la memoria del fracaso pero también tiene el gen de la victoria. El gen de la victoria lo personifica El Guaje, David Villa, el 7. Es el número de la suerte, y ahora es el número de Villa. Lo fue de otro, lo será de otro, porque el fútbol es eterno pero los futbolistas no lo son. El 7 sí es eterno, y si España lo administra, si lo tiene ahí, bien provisto de balones suaves que encajen con el poderío de su fortuna, ese gen renace, se hace presente, dispara y gol.

Pasó ayer, pasó más veces, y pasará. Cuando un equipo recupera el ansia de ganar y se olvida de la siesta, es que tiene respiración, dispone de aire, asusta. Había un gran cronista de fútbol, Antonio Valencia, que decía que los equipos son como las sinfónicas, necesitan el aire, y cuando pierden el aire pierden el ritmo, es decir, los partidos.

Villa estuvo en el último suspiro. Si hoy se celebra la victoria es porque él cree en el poder del '7'

Hay en este equipo que ayer tarde ganó en El Tirol un supuesto fatídico que se manifiesta como un mal sueño en algún momento del juego, y es cuando pierde el aire, ese pulmón que controla el balón, lo traspasa y lo coloca allí donde se sitúa la bota de la suerte, el 7 o el 9, da igual. La pesadilla aparece; con los rusos no hubo pesadilla, pero ante Suecia surgió, y cayó como una nube sobre los jugadores decisivos. En el partido de ayer el 7 y el 9 estuvieron como dormitando, excepto cuando entraron en acción, que fue dos veces, más o menos. Un balón, y gol, otro balón, en el extremo final del encuentro, y segundo gol. Mientras durmieron, como sufrió el equipo.

Ese fue el momento en que se manifestó el gen del fracaso. Fue evidente, agarrotó los nervios de los jugadores, les quitó la respiración, y nos puso a todos un nudo en la garganta. Fueron esos minutos de miseria en los que bosteza el ánimo interior del equipo. Fue alarmante. De pronto esa memoria del fracaso empezó a contagiar a la parte más sensible de la selección, la medular, esa espina dorsal que constituyen Xavi e Iniesta y que si no funciona es como si se hubiera quedado muda la delantera... Se quedó muda la delantera, y los suecos se aprovecharon de que ese monstruo de la diadema, Ibrahimovic, siempre está disponible para hacer daño, y el empate se colocó en la cabeza como la memoria del fracaso.

El equipo recuperó la respiración y creyó en la suerte, sobre la que se montó El Guaje, a la espera. Cesc y Cazorla insuflaron al pulmón detenido de España el aire suficiente. Pero eso no era suficiente. La suerte tenía que volver a jugar, y ahí estuvo Villa, en el último suspiro. Si hoy se celebra una victoria es porque él cree en el poder del 7, residencia oficial del gen de la victoria.

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