Análisis:El arte útil | diseño

Ser otro

Que la vida corre cada vez más deprisa se percibe no ya en la posibilidad de poder realizar dos profesiones con plenitud, sino en que cada vez nos cuesta menos aceptar que otros lo hagan: que un gran arquitecto pueda ser también un buen narrador o viticultor. Tal vez porque aprendimos que el amor apasionado no deja ver más que un ser amado, parecía difícil que en una dedicación abnegada cupieran más opciones. No debe de ser fácil cumplir 60 años con una profesión cuajada y atreverse a pensar si uno desea, o no, ser otro. Llegado ese punto, el riesgo es triple. Está tanto en descuidar la vocaci...

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Que la vida corre cada vez más deprisa se percibe no ya en la posibilidad de poder realizar dos profesiones con plenitud, sino en que cada vez nos cuesta menos aceptar que otros lo hagan: que un gran arquitecto pueda ser también un buen narrador o viticultor. Tal vez porque aprendimos que el amor apasionado no deja ver más que un ser amado, parecía difícil que en una dedicación abnegada cupieran más opciones. No debe de ser fácil cumplir 60 años con una profesión cuajada y atreverse a pensar si uno desea, o no, ser otro. Llegado ese punto, el riesgo es triple. Está tanto en descuidar la vocación inicial como en resultar torpe en el nuevo empeño o en desoír la nueva ambición. Con la duda dentro, no hacer nada ya es tomar una decisión.

De la misma manera que hay profesionales que renacen con nuevos collares, hay muebles que consiguen tener otras vidas. No hablo de los objetos polivalentes (el sofá cama o el taburete mesa), sino de los asientos de coche reciclados por Ron Arad a mediados de los ochenta que ahora han cogido un nuevo aire al acomodarse en sillones para Vitra.

Más allá de la vida secreta de los objetos, y de las otras ambiciones de los profesionales, hay arquitectos, discretos, que se transforman con cada proyecto. No es que cambien de estilo. Es que logran ser un niño cuando diseñan un parvulario. Es que se ponen en la piel del profesor que tiene a su cargo a 15 bebés, pero debe cambiar los pañales de uno en uno. Es que imaginan a los familiares que esperan para recoger a los párvulos y les dan sombra en verano y techo en invierno, además de un banco para descansar durante la espera. Los arquitectos Rubén Picado y María José de Blas demuestran con un edificio redondo y público -la guardería infantil que han construido en la calle de la Piragua de Arganda del Rey (Madrid)- que se puede ser otro incluso sin cambiar de ni vocación ni de profesión.

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