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Sabido es que Eduardo Zaplana es un atleta. Tenacidad y resistencia. La noticia de su retiro precipitado de la política activa ha sorprendido, porque 15 años de carrera ascendente nunca parece que han de tener fin. Los comentaristas han disfrutado. No han hecho demasiada sangre sobre un personaje al que sus detractores han preferido dar salida en puente de plata, para que su retirada se produjera lo antes posible. Sin embargo, ¿dónde están sus admiradores?

Conocí a Zaplana en una cafetería. Lucía cazadora y su porte era deportivo y audaz. Quiso proclamarse liberal entre varios conjuntos...

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Sabido es que Eduardo Zaplana es un atleta. Tenacidad y resistencia. La noticia de su retiro precipitado de la política activa ha sorprendido, porque 15 años de carrera ascendente nunca parece que han de tener fin. Los comentaristas han disfrutado. No han hecho demasiada sangre sobre un personaje al que sus detractores han preferido dar salida en puente de plata, para que su retirada se produjera lo antes posible. Sin embargo, ¿dónde están sus admiradores?

Conocí a Zaplana en una cafetería. Lucía cazadora y su porte era deportivo y audaz. Quiso proclamarse liberal entre varios conjuntos conservadores. Desembarcó en la política activa en la alcaldía de Benidorm, fruto de una operación de caza y captura que no marca, precisamente, un hito memorable en la historia política valenciana.

Diez años después encontré a Eduardo Zaplana en un centro comercial, en plenas rebajas de verano, dos días antes de que se diera a conocer que abandonaba la presidencia de la Generalitat valenciana, para ser ministro de Trabajo en el Gobierno de España. Me saludó con tal euforia que pensé que le había tocado la lotería. Sin duda tenía en su conocimiento el boleto ganador que le permitía saltar a Madrid, en tiempo y forma. En la presidencia interina de la Generalitat dejaba a José Luis Olivas y en el fondo de la red estaba Francisco Camps, como candidato in péctore, que no se esperaba las dificultades que habría de sortear para consolidarse como presidente de una autonomía que tenía resentidas sus finanzas y la cohesión territorial.

No parece muy satisfactorio para la Comunidad Valenciana que alguien, que durante siete años fue la autoridad de mayor rango, acabe fichando por una empresa privada que ha pedido el plácet al mismísimo presidente Rodríguez Zapatero.

Necesitamos -¿cómo no?- un líder que recomponga la Comunidad Valenciana y que la reponga como un país cohesionado. En fechas recientes ya han apuntado algunos focos de tensión territorial, que tienen su origen en la incapacidad de Valencia -ciudad y provincia- para ejercer su liderazgo natural.

Si un segmento de la sociedad está en apuros en estos momentos de crisis es el empresarial. Y en los empresarios, o en determinados empresarios, se apoyó Eduardo Zaplana en sus conquistas. Estos son tiempos en los que se han de poner en marcha proyectos factibles, para que esta autonomía supere desfases y ansia de grandeza.

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No queda más remedio que integrar e ilusionar a todos los sectores, a todas las partes, a todos los partidos y a todos los agentes económicos y sociales. Valencia sin Alicante y sin Castellón no va a ninguna parte. Quienes viven de la agricultura no pueden prescindir de lo que le ocurra a la industria y los que han apostado por los servicios tampoco llegarán lejos sin el respaldo de los demás. Y los agentes financieros, a la hora de tomar sus decisiones habrán de calcular sus pasos para no sumir a la Comunidad Valenciana en un desierto de iniciativas. Necesitamos gobierno para todos y una labor de oposición que, desde la firmeza y la solvencia, pueda afirmar el día de mañana que contribuyó a salir del agujero a esta circunscripción geopolítica.

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