Columna

En el fondo

No se crean que sólo los columnistas españoles brujuleamos por lo divino y lo humano; aquí, en los Estados, también cuecen habas. Nuestros homólogos americanos, aturdidos por la inaudita resistencia de Hillary a reconocer su derrota, se han puesto a la tarea de analizarla psicológicamente, ese tronco al que se aferra el columnista cuando no sabe explicar de manera racional los acontecimientos. Resultaría que Hillary, esa señora que a los ojos de cualquiera despliega una seguridad apabullante, sigue siendo en el fondo la estudiante feúcha, de aparato en la boca y gafas de culo de vaso que, a pe...

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No se crean que sólo los columnistas españoles brujuleamos por lo divino y lo humano; aquí, en los Estados, también cuecen habas. Nuestros homólogos americanos, aturdidos por la inaudita resistencia de Hillary a reconocer su derrota, se han puesto a la tarea de analizarla psicológicamente, ese tronco al que se aferra el columnista cuando no sabe explicar de manera racional los acontecimientos. Resultaría que Hillary, esa señora que a los ojos de cualquiera despliega una seguridad apabullante, sigue siendo en el fondo la estudiante feúcha, de aparato en la boca y gafas de culo de vaso que, a pesar de sus principios feministas, todavía no se puede creer que se ligara al tío más popular de su universidad; resultaría que Hillary, esa señora que no se divorció cuando tocaba porque lo que menos le ligaba a su marido era lo que más le importó a Monica Lewinsky, es en el fondo una mujer tan acomplejada que no ha sabido desembarazarse del hombre que está siendo su ruina; resultaría que Hillary, esa señora que en apariencia está luchando por desbancar a Obama para ser ella la que conteste al teléfono a quien coño sea que llama a las tres de la madrugada a la Casa Blanca, en el fondo lo que trata desde hace tiempo no es ganar, sino conseguir que Obama pierda contra McCain, que a sus años sólo resistiría una legislatura en el poder, y así ella poder saborear su gran momento y volver exultante y victoriosa, alegando que al fin la historia le da la razón; resultaría que Hillary, bajo esa piel dura como el caparazón de una tortuga, esconde una mujer a la que nadie ha querido demasiado. Ay.

Las personas nos pasamos la vida especulando sobre cómo son "en el fondo" nuestros semejantes; es un ejercicio gozoso si se hace en la intimidad, pero qué pueriles resultan estas suposiciones cuando los columnistas las ponemos por escrito.

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