Reportaje:El Madrid gana su 31ª Liga

La rabia de Higuaín

El argentino, de 19 años, borró en Pamplona de un zapatazo los prejuicios que le habían marcado como un delantero sin puntería

Gaspar Rosety, el adjunto a la presidencia del Real Madrid para Relaciones Institucionales, llevaba un tesoro entre las manos que no soltó desde que salió de Pamplona hasta que llegó a su casa, en Madrid. Se trataba de un balón. Era un Total 90 Aerow II, de Nike. A simple vista, nada raro. Uno de tantos balones oficiales que circulan por los campos de la Primera División. Uno de mil. Indistinguible para la mayoría, pero no para Gonzalo Higuaín. El jugador argentino es uno de esos goleadores que, igual que ciertos depredadores con sus crías, poseen un olfato especial para identificar las marcas...

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Gaspar Rosety, el adjunto a la presidencia del Real Madrid para Relaciones Institucionales, llevaba un tesoro entre las manos que no soltó desde que salió de Pamplona hasta que llegó a su casa, en Madrid. Se trataba de un balón. Era un Total 90 Aerow II, de Nike. A simple vista, nada raro. Uno de tantos balones oficiales que circulan por los campos de la Primera División. Uno de mil. Indistinguible para la mayoría, pero no para Gonzalo Higuaín. El jugador argentino es uno de esos goleadores que, igual que ciertos depredadores con sus crías, poseen un olfato especial para identificar las marcas que dejaron en las pelotas que mandaron a la red. Al ver el instrumento en el que grabó el empeine de su bota con tanta pasión, entre manos ajenas, dejó escapar un gemido: "¡Dámela!".

"¿Es que no sabe meterla?", protestaba Schuster en cada ocasión que fallaba
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Rosety, que iba arrinconado en el autobús que trasladó al equipo en Barajas, no lo dudó: "¡No!". La pelota que aferraba con tanto fervor no era sólo una pelota. Era la prueba material de una emoción colectiva. Un vestigio del partido más trepidante de la temporada y un recuerdo único de la Liga que acababa de concluir. "Cuando te retires, te la daré", le dijo el adjunto a la directiva. Así que a Higuaín no le quedó más consuelo que entregarse a la fiesta con la conciencia del deber cumplido. Por segundo año consecutivo, había marcado el gol decisivo que daba el campeonato al Madrid. De paso, había borrado de un zapatazo los prejuicios que le marcaron como un delantero sin puntería.

Cualquier sospecha, en el ambiente enrarecido del fútbol, puede convertirse en un hecho probado. En ocasiones, la prensa lo activa y el entrenador lo termina dando por cierto. Cada vez que Higuaín fallaba una ocasión, en esta campaña, el banquillo del Madrid asistía a los ademanes histéricos de Bernd Schuster. El técnico no podía reprimirse: "¿Es que no sabe meterla?".

Higuaín, que tiene 19 años y vive con sus hermanos unas veces y otras con la familia al completo en el barrio de Mirasierra, atravesó la primera etapa de la temporada con cara de pena. "¡Yo soy delantero!", decía cada vez que Schuster le ponía en la banda. El chico siempre se sintió un goleador. De apariencia apocada, posee, sin embargo, un carácter obcecado. Su padre, Jorge, no lo dudaba: "Yo estoy convencido de que Gonzalo va a dar grandes momentos a los hinchas del Madrid. Lo sé porque le conozco muy bien. Cuando él tenga la oportunidad, la va a aprovechar".

Jorge, que se labró fama de central corrosivo en Boca Juniors y River Plate durante los años 80 del pasado siglo, cultivó en su hijo el espíritu competitivo sin meterle presión. Con pocas palabras, dejándole descubrir por sí mismo los caminos intrincados del juego, sin hablar de fútbol más que lo imprescindible... El chico debutó con River a los 17 años y en cuanto pudo le metió dos goles a Boca en un clásico. Su técnico de entonces, Daniel Passarella, detectó en el muchacho el garbo que había visto en Crespo para conducir el balón con la frente levantada y esa sangre fría que le caracteriza hasta hoy.

Higuaín no ha perdido ese gesto de incredulidad a pesar de los goles. Lleva siete en la Liga, con un promedio de uno cada 100 minutos, frente a Raúl, por ejemplo, que hace uno cada 180. No entiende por qué no juega más. Schuster le ha brindado la mitad de los minutos (700) que le dio Fabio Capello (1.200) en el ejercicio anterior. No ha dejado de examinarlo con suspicacia. Lo ha medido, igual que sus críticos, más por los errores que por los aciertos. Con ese criterio, frente a Osasuna, le hizo entrar por Raúl en el minuto 64. Cuando el partido parecía muerto. Cuando la Liga tenía que esperar. Higuaín le puso el punto final y lo celebró con tanta rabia que se olvidó del balón.

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