Cartas al director

El PP necesita unas primarias

En efecto, lo dice el artículo 6 de nuestra Constitución y, por tanto, tenemos la obligación de hacer que la democracia en el seno de los partidos políticos sea real y efectiva, removiendo si es preciso los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud. A nadie se le escapa que el Partido Popular, desde la marcha de Aznar, sufre un serio problema de falta de liderazgo, a pesar de las adhesiones inquebrantables de estos días, quién sabe si de ida y vuelta en función de los acontecimientos.

La legitimidad para liderar una organización sólo se obtiene con el respaldo de la mayoría de sus...

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En efecto, lo dice el artículo 6 de nuestra Constitución y, por tanto, tenemos la obligación de hacer que la democracia en el seno de los partidos políticos sea real y efectiva, removiendo si es preciso los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud. A nadie se le escapa que el Partido Popular, desde la marcha de Aznar, sufre un serio problema de falta de liderazgo, a pesar de las adhesiones inquebrantables de estos días, quién sabe si de ida y vuelta en función de los acontecimientos.

La legitimidad para liderar una organización sólo se obtiene con el respaldo de la mayoría de sus integrantes y a ellos hay que acudir. No sirve la designación a dedo, tampoco el apoyo de los llamados barones regionales, sino únicamente pasar por el cedazo de las bases. Quien no acepte estas reglas está condenado a sufrir la intriga, la traición, el desasosiego, la desconfianza y en esas el partido pierde.

Los militantes del Partido Popular contemplamos con perplejidad que en las altas instancias ya nadie se fía de nadie, probablemente porque en estos momentos hay pavor a la derrota. No debería ser así, tengo el convencimiento de que abrirse a la sociedad para recuperar la confianza perdida consecutivamente en marzo de 2004 y 2008, no pasa ya por una sincera autocrítica -ausente- sino por una reforma de los Estatutos del Partido que fomente con criterios democráticos la participación activa de la militancia en la designación directa de los candidatos a cualquier contienda electoral. No creo que el problema en nuestras filas sea la falta de debate ideológico, pues ya se superó. Más bien creo que sufrimos un serio déficit participativo en las decisiones trascendentes, cocinadas por no se sabe quién y con arreglo a qué criterios, capaces de sembrar el desconcierto y la desazón. No obstante, tengo la solución. Se trata de abandonar el caudillismo y abrazar sin temor la democracia hasta sus últimas consecuencias. Así, la responsabilidad ante el fracaso será de todos y la procedente rectificación no será a costa de nadie.

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