Columna

Cerrado por pintura

Hete aquí que el arte en Galicia tiene tantas corredoiras y recovecos como un "Todo a más / menos cien" chino de esos que tienen, como su propio nombre indica, de todo. Se nota, por ejemplo, el cansancio en el peonaje que se deja la piel en el monte Gaiás: se les prometió que verían la obra terminada (que no acabada) antes de la muerte de Fraga y ahora piensan seriamente en los nietos que honrarán la memoria de todos los caídos en el esfuerzo el día que aterrice el primer platillo volante en Galicia o que los voluntarios en Kosovo lleven pistolas láser. El laberinto "+/- 100" ofrece cuchufleta...

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Hete aquí que el arte en Galicia tiene tantas corredoiras y recovecos como un "Todo a más / menos cien" chino de esos que tienen, como su propio nombre indica, de todo. Se nota, por ejemplo, el cansancio en el peonaje que se deja la piel en el monte Gaiás: se les prometió que verían la obra terminada (que no acabada) antes de la muerte de Fraga y ahora piensan seriamente en los nietos que honrarán la memoria de todos los caídos en el esfuerzo el día que aterrice el primer platillo volante en Galicia o que los voluntarios en Kosovo lleven pistolas láser. El laberinto "+/- 100" ofrece cuchufletas, mandangas, zarandajas, boinas y avíos varios en un espacio minúsculo arado con mostradores que apabullan demostrando que China es China y que a ver quién les tose. ¡Cof, cof!

Se nota, por ejemplo, el cansancio en el peonaje que se deja la piel en el monte Gaiás

Los bares tienen también algo que decir en todo esto. El otro día pasando por delante de un local dispensador de bebidas, de esos de rancio abolengo de A Coruña, se nos antojó entrar a refrescar el gaznate y la memoria por aquello de quedar como ese que controla y maneja su savoir fair. Tremendo error. El bar estaba chapado y un cartel en la puerta decía: "Cerrado por pintura". Un antimuseo en toda regla que decide ocultar a los ojos del profano y del profesional el proceso plástico en curso.

El pintor coruñés (ocasional) Pablo Picasso protagonizó la película inevitable, El misterio Picasso, en la que los brochazos, los trazos y la enjundia aparecían, desaparecían, entraban, salían, se retorcían y apabullaban sin que el espectador diera crédito a lo que veía ni se percatara de quién manejaba el pincel. Aquellos fotogramas estaban "Abiertos por pintura" y, al mismo tiempo, alertaban al visitante: "¡Ollo, o pintor ten dentes!". Un bocado más o un bocado menos para el mejor de los aficionados a la mordedura de la espátula. La vista es la que trabaja.

Una vez arrojada la toalla -en lo que al bar respecta- y firme la decisión de volver a casa sin esa caña, que tanto prometía y cantaba en el papo, el siguiente sentido que se puso a funcionar no fue la vista ni el gusto, sino el oído. Dos tremendos chavalotes -malotes y raperos ellos- deambulaban por los alrededores del susodicho bar y el uno le decía al otro: "Oye, aquí hay una exposición de Picasso, ¿entramos a verla?" ¡El graffiti llamaba a sus hijos a golpe de pincel y no de spray! Pero, ¡ay!, el otro le contestó al uno que ni de coña, que no estaba para eso y que de qué cojones iba el uno. Raperos malotes cerrados por pintura pocos se ven a la caída de la tarde, pero esta vez habrá que tener consideración: se lo estaban pasando bien y no se hacían concesiones. La pintura les abrió el camino hacia otro destino (¡pareado! ¡pareado!) ignoto y, con toda probabilidad, más divertido; entre otras cosas, porque la exposición en cuestión deja bastantes cosas que desear en el tintero de las que se le supone al mistery man, al misterio Picasso, a Pablo el misterioso.

Los malotes raperos -¡y amigos del alma!- cerraron por pintura el deambular joyceano que les llevaba desde el introibo ad altare Dei hasta el descenso a los infiernos cotidianos. Su particular Mistery Dance (que era una canción de Elvis Costello) diseñó la coreografía de ese baile misterioso. Desde el Más Allá, Picasso taconeó todo lo que pudo y más. Desde el Más Acá, el graffitero definió un contorno con su spray negro y se dio cuenta de que la gorra de béisbol traía instrucciones: "!¡La visera palante!".

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El laberinto del arte es sencillamente eso: un laberinto y un arte. Las reformas de un bar son, efectivamente, sólo reformas. De alguna forma, si cerramos por pintar, estamos pintando para cambiar las formas, para que alguien vea algo nuevo, porque la visión o es nueva o no es. La mirada de Picasso (esos ojos... ¡qué miedo!) advierte a los organizadores de exposiciones de las casualidades que, vaya usted a saber porqué, ocurren alrededor de la sala en cuestión a la que le tocó la china. La China del "Todo a más / menos cien", la del laberinto insondable de precios y estanterías, la que, por mucha pintura que se nos venga encima, no cierra nunca jamás. Que el candado y el fuego sean uno, diría T. S. Eliot.

julian@discosdefreno.com

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