Columna

Un envase vacío

A veces vale la pena recordar lo que nos enseñaban en la escuela nuestros esforzados profesores de Formación del Espíritu Nacional, aquello de la democracia orgánica, que era la democracia verdadera, pues los partidos políticos corrompían la democracia y también a la sociedad. Acaban de celebrarse unas elecciones y, contra lo que decían nuestros profesores, la sociedad se expresó de modo muy libre y con mucho interés. Unas elecciones no son solamente la lucha entre partidos por el poder y para llevar adelante una política. Además de decidir qué Gobierno quiere la sociedad, expresa muchas otras...

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A veces vale la pena recordar lo que nos enseñaban en la escuela nuestros esforzados profesores de Formación del Espíritu Nacional, aquello de la democracia orgánica, que era la democracia verdadera, pues los partidos políticos corrompían la democracia y también a la sociedad. Acaban de celebrarse unas elecciones y, contra lo que decían nuestros profesores, la sociedad se expresó de modo muy libre y con mucho interés. Unas elecciones no son solamente la lucha entre partidos por el poder y para llevar adelante una política. Además de decidir qué Gobierno quiere la sociedad, expresa muchas otras cosas.

Retrocedió el PP y avanzó el PSOE, claro, y eso puede ser el resumen de la pasada jornada electoral, pero el 9-M hubo un par de cosas muy significativas en Galicia: el mantenimiento electoral del BNG y la audiencia de la televisión autonómica. Que el Bloque conservase los dos diputados que tenía es significativo, porque más que mérito de la organización es iniciativa de la sociedad. Es como si la organización misma quisiese hacerle un test a la sociedad: teniendo el nacionalismo de izquierdas un capital humano valiosísimo y variado, presenta candidatos que el electorado no conoce pero, aun así, mantiene el número de diputados. No hay duda, Galicia está decidida a tener representación con una fuerza política propia en el Congreso. La conciencia antropológica de sí mismo que siempre tuvo este país, gracias al trabajo insistente de generaciones de galleguistas de diversas corrientes, se ha transformado también en conciencia política. Parece que no es coyuntural, ya no tiene vuelta atrás.

Hay un espacio social por llenar, no basta con gestionar o importar consignas de Madrid

Y quizá más significativa aún es la audiencia de TVG. Tanto el debate entre los tres candidatos como la noche electoral fue la cadena más vista batiendo sus marcas de audiencia. El debate entre los representantes de los tres partidos fue correcto e interesante, y la cobertura de la noche electoral fue la de siempre, pero lo significativo es, primero, la cantidad de ciudadanos que quisieron contrastar y juzgar las ofertas políticas que se le hacían y, segundo, que buscaron hacerlo informándose a través de la cadena pública gallega. Tenían otras cinco cadenas en abierto por lo menos, pero la mayoría escogió la gallega.

TVG, al ser única, sigue siendo una cadena generalista, el peligro de una televisión así es querer servir a todos y por ello anclarse en los sectores menos exigentes y estáticos, perder a los más informados y dinámicos. Pero además las televisiones públicas tienen una gran continuidad de plantillas y de cuadros intermedios, por lo que son animales con mucha memoria, para bien y para mal.

A nuestra TVG, inevitablemente, le pesan tantos años de fraguismo, que hizo del sometimiento y la complicidad de los medios privados y del control absoluto de los públicos su principal herramienta de control y conformación social. Aquella época en que los creadores de autoodio acuñaron la expresión "telegaita", porque para ellos la gaita es algo a desconsiderar, evitando llamarle lo que era en realidad, "telefraga".

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A TVG le pesan los años de televisión paternalista, aculturadora, clientelista, y por eso todavía conviven en ella cosas viejas con elementos nuevos. Uno se encuentra con programas de humor choqueiro, pero francamente simpático, irreverente y vivo, como Air Galicia y series que evocan a Crónicas de un pueblo con su cura de parroquia, ahora que la Iglesia necesita vocaciones. Ha mejorado estos dos años, sin duda, pero aun así la visión que da de Galicia no va precisamente por delante de la sociedad, todavía no representa la nueva Galicia. La sociedad quiere tener su propia televisión, su propio espejo, la ciudadanía hace suyos los partidos y los medios públicos y es quien, poco a poco, los transforma obligándolos a expresarla.

No hay duda, ya existe una ciudadanía gallega específica, personas que viven su tiempo con la conciencia de formar un país, de ir en un mismo barco. Sin duda que también se sienten parte de otros navíos, España, Europa, el mundo, pero lo hacen desde aquí. Y ahora que está claro que hay un espacio social y político gallego, ahora que existe ese envase, habrá que llenarlo. Empezando por los partidos políticos. El análisis del resultado electoral muestra éstos y otros rasgos que marcan los límites de un país, ahora falta llenarlo de política. No basta con estar ahí y administrar partidas presupuestarias o con importar a Galicia las consignas llegadas de Madrid. Hay que hacer política propia. El país lo pide.

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