VARIACIONES GOLDFINGER | MÚSICA

Están vivos

Muchos lo ignoran, pero en el infierno hay un lugar reservado para quienes empiezan sus artículos con una cita. Ese círculo dantesco está abarrotado de pelmazos, bucles sin emoción de pensamiento vacío. Señor Diablo, desde esta página solicito pasar la eternidad, no con los citadores, sino con esos otros que vendieron su alma en un cruce de caminos a cambio de la Gracia de la canción. ¿Denegado? Está bien, da igual: si hay que ir al infierno, se va, aunque mi cuerpo mortal arda en llamas junto a ése y aquél mientras citan y citan y citan... Replico a ese infierno de citas con otra de Wallace S...

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Muchos lo ignoran, pero en el infierno hay un lugar reservado para quienes empiezan sus artículos con una cita. Ese círculo dantesco está abarrotado de pelmazos, bucles sin emoción de pensamiento vacío. Señor Diablo, desde esta página solicito pasar la eternidad, no con los citadores, sino con esos otros que vendieron su alma en un cruce de caminos a cambio de la Gracia de la canción. ¿Denegado? Está bien, da igual: si hay que ir al infierno, se va, aunque mi cuerpo mortal arda en llamas junto a ése y aquél mientras citan y citan y citan... Replico a ese infierno de citas con otra de Wallace Stevens: "Una de las funciones del poeta es descubrir cuál es la poesía de su época. Lo que descubra será revelado en su propia poesía como poesía misma y será frecuente que ejerza esa función sin darse cuenta, de manera que las revelaciones de su poesía, si bien definen la poesía, son revelaciones de poesía, no revelaciones de definiciones de la poesía".

Aquí, en este infierno de la cita, como mucho se define, nunca se revela, por más que uno disfrace sus citas de fingimiento irónico, de ardides para despistar a la Maligna Era de Televisión y Red-Global-Que-Repite-Televisión-En-Bucle. En este infierno recurrente de citas sin canciones se explica, no se cuenta, y es una lástima. Pero nos pagan por eso. Ya lo dijo -¡al infierno conmigo!- uno de los reyes del musical de Broadway, Samuel Cahn, cuando le preguntaron en qué pensaba primero al componer, si en la música o en la letra. Respondió: "¡En el cheque!".

El cheque. Es mítica la primera aparición televisiva de John Cale en España. Fue en Musical Express. Mientras cantaba "el miedo es el mejor amigo del hombre", sus manos exprimían con furor un misterioso sobre color mostaza: era el cheque. El miedo, su amigo, le aconsejaba agarrar el sobre. La paranoia con formas financieras es el rostro de la Era Maligna, donde sólo se respira impostura, dinero y televisión. No deseo, sino deseo del deseo. La forma adolescente de la inquietud vuelta bacteria que corrompe toda empresa, cualquier voluntad. Lo humano vaciado, triturado, citado. Así que ya no tenemos canción, sólo recuerdos de la canción. Muertos de miedo, citamos. Citemos: el mismo John Cale, en su libro de memorias ¡Vaya galés para el Zen! (y que lo digas) cuenta los ataques asmáticos de su primera adolescencia, el jarabe con codeína que le daban por galones y cómo, mientras los arabescos del papel pintado frente a su cama hacían piruetas y se volvían premoniciones de laberintos excavados en minas de carbón, escuchaba emisoras de radio transoceánicas. Por eso, el muy joven Cale escuchaba That's all right, mama, y escuchaba a Coltrane y sólo le inspiraba la idea de que "a tres mil millas, en un lugar donde todo pasaba cinco horas después, había gente haciendo cosas que yo deseaba aprender. Estaban vivos. Y me uniría a los vivos. Lo sabía, lo sabía, lo sabía...".

Ésa es la vertiente buena, fecunda, del deseo del deseo. Hacer para respirar, respirar para la poesía. Escuchar la canción para reafirmarnos en la falta de necesidad de aquello que no sea canción. Cómo se cumple un toque, un acorde, un coro, la elegante y brillante rutina que combate el bucle de la cita de la cita. De la necesidad funcionarial al recuerdo de los libres, de quienes viven, de los poetas. "That's all right, mama!".

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