LA COLUMNA | OPINIÓN

Los católicos también votan

No les ha ido mal hasta ahora, ni a la Iglesia ni al PSOE, que millones de electores católicos no hayan sentido la necesidad de orientar su voto según sus creencias religiosas. Fue una de las bases más sólidas de la transición a la democracia este singular fenómeno extendido por la España de los años sesenta: que, bajo la denominación de "diálogo", católicos y marxistas se encontraran en lo que Santiago Carrillo llamó "zonas de libertad". De aquellos encuentros surgió una nueva cultura política que, por vez primera, rompió las identidades excluyentes: se podía ser católico y ser liberal, o soc...

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No les ha ido mal hasta ahora, ni a la Iglesia ni al PSOE, que millones de electores católicos no hayan sentido la necesidad de orientar su voto según sus creencias religiosas. Fue una de las bases más sólidas de la transición a la democracia este singular fenómeno extendido por la España de los años sesenta: que, bajo la denominación de "diálogo", católicos y marxistas se encontraran en lo que Santiago Carrillo llamó "zonas de libertad". De aquellos encuentros surgió una nueva cultura política que, por vez primera, rompió las identidades excluyentes: se podía ser católico y ser liberal, o socialista, o comunista; o bien, se podía ser católico y hablar y entenderse con un liberal, un socialista o un comunista. No era poca cosa, si se recuerda la cruel y desventurada historia que cargábamos a nuestras espaldas.

Traducida al voto, esa nueva cultura política hizo posible que los socialistas alcanzaran la mayoría absoluta sólo cinco años después de las primeras elecciones democráticas, mientras la Iglesia conservaba notables privilegios, ratificados por las Cortes en septiembre de 1979, nueve meses después de sancionada la Constitución, y confirmados por los gobiernos socialistas. No fue sólo cuestión de pragmatismo -aunque también- que órdenes, congregaciones e institutos religiosos pudieran conservar una privilegiada presencia en el sistema educativo, y que esa presencia fuera financiada a costa del erario público sin ninguna contrapartida de parte de los beneficiados. Los religiosos dedicados a la enseñanza lo entendieron mejor que las organizaciones de seglares católicos, que montaron entonces algunos alborotos por un quítame allá esas pajas. La FERE, más astuta, sabe bien que en esta vida todo puede modularse, y que más vale aceptar la legalidad y que cada cual haga luego de su capa un sayo que rechazar la legalidad y buscar el enfrentamiento directo.

Esta especie de modus vivendi entre jerarquía eclesiástica y gobiernos socialistas, basado en intereses compartidos pero también en la presencia de un significado plantel de católicos entre la dirigencia del PSOE, es lo que la facción reaccionaria del episcopado ha decidido clausurar. De nuevo, como en los tiempos de la Restauración y de la República, los obispos identifican fe cristiana con un programa político y alientan un movimiento católico en defensa de tal programa. Movimiento, no partido, porque un partido confesional no cosecharía hoy, a diferencia de la CEDA en los años treinta, más que desastres en las urnas. Se trata, pues, de un movimiento cuya dimensión y fuerza han puesto a prueba por medio de una "gimnasia revolucionaria" que consiste en convocar manifestaciones en defensa de alguna cosa para que, una vez iniciada la marcha, se conviertan en manifestaciones de protesta contra el Gobierno. La cuestión es tener alerta los ánimos, levantar los corazones para el día decisivo.

El día decisivo se acerca y la facción ha decidido apretar el acelerador en esta batalla ideológico-política que hincha sus velas gracias al soberano impulso del Vaticano. Una vez conseguida la garantía de mayor financiación pública, consolidada la masiva presencia de propagadores de la fe y la moral católicas en la escuela pública, controlada la docencia de educación para la ciudadanía en la red de colegios privados concertados, se disponen al asalto definitivo. No, no pedirán el voto para ningún partido confesional, ni siquiera lo pedirán para el PP donde, como es bien conocido, anidan sus más preciados valores. Lo que van a hacer, lo que ya han comenzado a hacer, es recordar machaconamente a todos los católicos que no pueden votar al partido que con su legislación ataca o vulnera la ley natural, siembra cizaña en tiernas mentes infantiles y disuelve los fundamentos de la democracia. No, no van a prohibir a sus huestes votar al PSOE; van, simplemente, a exigir que, cuando llegue la hora de depositar la papeleta en la urna, cumplan con su obligación de católicos.

¿Cuántos católicos están dispuestos a atender las ladinas recomendaciones de la facción reaccionaria y cambiar su voto, oyendo la voz de su conciencia que les habla por boca de Rouco? Pues no se sabe. Pero es muy posible que, vista la beligerancia callejera de la hueste episcopal y la alta correlación entre la importancia de la religión y el voto a la derecha, el debate acerca de si el resultado de las próximas elecciones se juega en el centro o en la izquierda volátil pierda cierta relevancia ante el destino final del voto de los católicos. -

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