Crónica:MI AVENTURA

Caminos de Bretaña

PARA ALGUIEN que ande flojo de fondos y sobrado de ganas de ver el mundo, parece fantasía poder estar hoy en León y mañana por la tarde sentir la brisa, sentado sobre una roca de granito rosa, entre retorcidas matas de boj, en Ploumanach, en la costa francesa. Los recuerdos de mi primer gran viaje en coche, hace ya 10 años. Desde León hasta Burgos, atravesando el puente de Melgar de Fernamental; una loba, con ubre de tener lobatos, cruzando en mitad del páramo; Quintanapalla, repasar las notas para no perderse, y desayunar. Treviño, Huarte-Araquil y la verde tierra vasca hacia el norte. La adu...

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PARA ALGUIEN que ande flojo de fondos y sobrado de ganas de ver el mundo, parece fantasía poder estar hoy en León y mañana por la tarde sentir la brisa, sentado sobre una roca de granito rosa, entre retorcidas matas de boj, en Ploumanach, en la costa francesa. Los recuerdos de mi primer gran viaje en coche, hace ya 10 años. Desde León hasta Burgos, atravesando el puente de Melgar de Fernamental; una loba, con ubre de tener lobatos, cruzando en mitad del páramo; Quintanapalla, repasar las notas para no perderse, y desayunar. Treviño, Huarte-Araquil y la verde tierra vasca hacia el norte. La aduana, buenos días, bonjour. Arenales y pinares de Las Landas. Noche a las afueras de Rennes. Al amanecer, campos moteados con vacas que rumian el pasto verde; Guingamp y, por fin, Tréguier, un pueblo marinero que se tumba al sol y a la lluvia. Las casas crecen, calle arriba y calle abajo, desde la catedral gótica y el monumento a los caídos en la guerra; las contraventanas azules y los empinados tejados les dan apariencia de barcos con la quilla al cielo. Si no comes de doce a una, no comes; si no cenas a las siete, no cenas.

Perión de Gaula, Lisuarte, don Galaor, Urganda la desconocida, la bella Oriana y Amadís, hechizados por el viento en la costa del granito rosa. Cena de mejillones y patatas fritas; paseo junto al mar. La playa de Perros-Guirec es una franja de guijarros impulsados por las olas; cuando el agua se retira, caen golpeando las otras piedras. El ruido estremece y suena a lamento de marineros.

En el coche vamos ahora cinco: Isabel, Angélica, Azucena, Jesús y un servidor. A lo lejos, la silueta de cartón piedra del Mont Saint-Michel. La carretera se estrecha y el agua la rodea. Deje su vehículo aquí si no quiere que se lo lleve la marea. Entre restaurantes, tiendas de recuerdos y museos de la tortura, vamos subiendo y entramos en la iglesia. El claustro gótico más hermoso del mundo, como una alegoría, muestra a un hombre cosechando la belleza de la creación. Vendimia entre los pámpanos. Algunas hojas son dragones y monstruos, porque el monje no debe recrearse demasiado en la belleza terrena. Desde una ventana se contempla el mar inmenso. ¿Debo volver a creer en Dios?

Atajando de norte a sur, se pasa junto a aldeas y villas con barrocos recintos parroquiales: iglesia, sacristía y osario cubiertos por líquenes amarillentos. Trazas de niebla se prenden de los árboles mientras la carretera serpentea hasta llegar a Carnac. Repaso de arqueología: dolmen, menhir, crómlech, alineación. De regreso a Tréguier, descansamos junto a un menhir cristianizado, tres rudimentarios clavos y un martillo tallados en la roca.

Despedidas y abrazos, alguna lágrima de los que se quedan. La aduana: aurrevoire, señor gendarme; hola, señor guardia. Acaba una semana de 5.000 kilómetros y quiero volver.

El autor, junto a un dolmen del siglo IV antes de Cristo, en Carnac, en la Bretaña francesa.

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