Crónica:LA CRÓNICA

El corazón más rápido

La clínica Dexeus parece una nave espacial. Tiene diseño aerodinámico y estructura cubista. Tiene pasillos con efecto láser, y carteles en japonés, como Blade runner. Todo en ella da la impresión de que estamos a punto de despegar. Incluso la razón de que estemos aquí suena a ciencia ficción: hemos venido a un examen ultrasónico mediante sonda abdominal con una frecuencia de 3.5 MHz con técnica de alta definición.

-Esto debe ser carísimo, comento en la sala de espera.

-Lo paga el seguro, dice mi esposa.

-El seguro debe ser carísimo.

-Deja de quejarte.

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La clínica Dexeus parece una nave espacial. Tiene diseño aerodinámico y estructura cubista. Tiene pasillos con efecto láser, y carteles en japonés, como Blade runner. Todo en ella da la impresión de que estamos a punto de despegar. Incluso la razón de que estemos aquí suena a ciencia ficción: hemos venido a un examen ultrasónico mediante sonda abdominal con una frecuencia de 3.5 MHz con técnica de alta definición.

-Esto debe ser carísimo, comento en la sala de espera.

-Lo paga el seguro, dice mi esposa.

-El seguro debe ser carísimo.

-Deja de quejarte.

Entramos en una sala con una pantalla plana gigante y un sillón de dentista. Por indicaciones de la enfermera, mi esposa se pone una bata transparente. No lleva nada debajo. Al lado del sillón hay una especie de vibrador. La enfermera le coloca un preservativo y lo unta con una pomada de sospechoso parecido a la vaselina. La situación presenta cierta atmósfera de película porno, pero no me hago ilusiones: es sólo una ecografía.

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La primera parte del proceso ocurre sobre la barriga de mi esposa. La untan con esa especie de vaselina y le pasan la sonda. En la pantalla se materializa una imagen amorfa, como un test de Rorschacht. La doctora asegura que se trata de mi hijo. Hasta ahora, el bebé ha sido una presencia conceptual. Sé que vendrá, de hecho ya está aquí, pero aún no me he hecho una idea física de él. Mi familia ha empezado a regalarme zapatitos y jerséis, cosas que él va a llenar, y sólo entonces he comenzado a pensar en él como algo que ocupa espacio: una presencia. Pero ahora, en la pantalla, lo veo por primera vez como una personita. Alguien que duerme, y que despertará en unos meses y se encontrará conmigo.

-Ésa es su cabeza, dice la doctora.

Su cabeza es lo más grande que tiene. Prácticamente es todo cabeza. Sus extremidades y su tronco son como pelusitas pegadas al cráneo.

-Y ésas son sus manitas. ¿Las ven?

Tiene dedos. Parece que están todos ahí, pero no es fácil contarlos. A veces desaparece de la imagen. Da la impresión de que huye de la cámara. Pero no hace nada, sólo está acurrucado y se deja llevar por el líquido, como si viviese dentro de una cama de agua.

-¿Quieren saber el sexo? -pregunta la doctora.

Queremos saber. Mis tías abuelas -cada una con unos siete partos a sus espaldas- dicen que el sexo decide el carácter. Los niños son burros pero buenos. Se estampan contra las paredes y se caen al suelo, pero básicamente tienen nobles intenciones. En cambio -dicen mis tías- las niñas son unas brujas de cuidado. Son más listas y más guapas, y lo saben, así que perciben tu punto débil y te manipulan emocionalmente. Necesitamos saber qué escenario nos espera, para estar preparados.

La doctora se arma con el vibrador ése, y mi esposa separa las piernas y las apoya en las asas del sillón. Normalmente, las asas de los sillones son para los brazos. Pero éstas son para piernas. La doctora comienza a explorar y señala una manchita ínfima, diminuta, tan pequeña que podría ser sólo una alteración de la imagen.

-Eso es el pene. Es un varón.

Hasta este momento, hemos escuchado todo tipo de cábalas. Que si el embarazo es complicado, es niña. Que si la barriga está en punta, es niño. Pero la única certeza, el único hecho definitivo, es ese pene.

-Eso es un problema -digo-. Teníamos nombre para niña, pero no para niño. ¿Nos lo puede cambiar?

A la doctora no le parece gracioso mi comentario. Sin decir nada, sube el volumen para que escuchemos su corazón, que palpita aceleradamente, mucho más que el de un adulto, porque tiene que bombear sangre suficiente para generar un cuerpo humano. Parece una canción de los Chemical Brothers. Mi bebé tiene el corazón más rápido del mundo.

Al terminar la ecografía, la doctora extiende un informe: el fémur de mi hijo mide 36 mm. Su diámetro biparietal es de 52 mm. Sus parénquimas pulmonares son homogéneos, y parece que eso es bueno. Hasta el momento, esa persona no es más que un montón de variables en un papel, una imagen en una pantalla, un paquete de ropita vacía. Pero desde algún lugar -o para ser precisos, desde una placenta compatible con un grado I de Grannum implantada en la cara posterior del útero- emite señales de su llegada a Barcelona. Y Barcelona se va poblando de cosas que usará. Un día de estos, hasta tendrá un nombre esperando por él.

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