Columna

Electoralismo

Los relojes se llenan de campanadas, los sueños de estrellas fugaces y las declaraciones políticas de palabras envueltas en papel de regalo. Las elecciones de marzo quedan muy cerca de las Navidades. Será inevitable que los políticos se precipiten a reemplazar el festival de luces y ofertas que nos reclama desde los escaparates de los grandes almacenes. Las chisteras de duende se apoderarán del futuro, y saldrán de ellas soluciones mágicas para los problemas del respetable auditorio. La crisis económica, los abismos de la vivienda, el terrorismo, la destrucción de España, la corrupción urbanís...

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Los relojes se llenan de campanadas, los sueños de estrellas fugaces y las declaraciones políticas de palabras envueltas en papel de regalo. Las elecciones de marzo quedan muy cerca de las Navidades. Será inevitable que los políticos se precipiten a reemplazar el festival de luces y ofertas que nos reclama desde los escaparates de los grandes almacenes. Las chisteras de duende se apoderarán del futuro, y saldrán de ellas soluciones mágicas para los problemas del respetable auditorio. La crisis económica, los abismos de la vivienda, el terrorismo, la destrucción de España, la corrupción urbanística, el desarrollo del Estatuto, el paro, todo encontrará solución en los manuales de campaña de los partidos. El espectáculo no será muy aleccionador. Sin duda surgirán voces críticas que denuncien la hipocresía, la falta de rigor y la banalidad de los políticos. El descrédito de la política se cultivará bien en un campo electoral en el que los inocentes ciudadanos sean engañados con el timo de la estampita por sus futuros gobernantes. Pero si queremos ser justos, habrá que recordar que la mayoría de los timos juegan con la avaricia y la mala intención de los timados. Sospecho que el electoralismo, que alcanza grados intolerables cuando se observa la realidad ideológica con un poco de atención, habla mucho peor de los electores que de sus candidatos. No se trata sólo de que la primera obligación de un partido sea conseguir los mejores resultados en unas elecciones para intervenir después con fuerza en la sociedad. Lo que resulta de verdad significativo es que los políticos gobernantes suelan mantener una postura digna en sus primeros años de mandato, y que al final, cuando se acercan a las elecciones y al voto de los ciudadanos, empiecen a romper sus propios esquemas y a comportarse de acuerdo con una moral impúdica, teatrera y demagógica. En soledad, seguros de sí mismos, se muestran más razonables que cuando intentan ganarse la simpatía mediática de los votantes. Los españoles y los andaluces no quedan muy bien retratados en el panorama de las estrategias partidistas.

La postura del PP no resulta de mucha utilidad en mi argumentación, porque lleva practicando el electoralismo desde el comienzo de la legislatura. Ha contemplado todos los asuntos, desde la organización territorial del Estado hasta la lucha democrática contra la violencia, con un instinto primario de espectáculo electoral. Su cúpula dirigente encontró en la crispación el mejor modo de evitar un traspaso interno de responsabilidades. El PP llega con las fuerzas muy desgastadas a la campaña electoral. Al PSOE no le resultará difícil dejar sin sitio a su máximo contrincante en la carrera final, arrebatándole las banderas y las soluciones. El PSOE cumple su papel al girar hacia el centro, y la oposición de izquierdas será muy torpe si no aprovecha el hueco. Pero el diagnóstico de la sociedad española que dejan las estrategias electoralistas del Gobierno no resulta muy gratificante. Vamos a recapitular: 1) José Bono es un tesoro. 2) El neoliberalismo de Pedro Solbes supone a la vez una gran aportación para la banca y para la economía social española. 3) Bajar los impuestos de patrimonio significa una acto de puro izquierdismo. 4) Las damas católicas son más respetables que las organizaciones feministas a la hora de defender la dignidad de las mujeres en el asunto del aborto. 5) Hay que cubrir de privilegios a la Iglesia y arrodillarse en el Vaticano para pedir perdón por los crímenes cometidos contra los obispos en la Guerra Civil. 6) España reluce como monarquía sólida, defendida por banderas rojigualdas en Melilla y por la chulería castiza en Hispanoamérica. 7) En el País Vasco no hay conflicto político, sólo criminales. Pidamos también perdón por intentar hacer política, si es eso lo que exige el electoralismo.

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