Columna

Albelda

Cada equipo de fútbol, durante una época determinada, genera un jugador cuyo espíritu sintetiza el sueño colectivo de la tribu. En el Valencia FC este jugador ha sido David Albelda. Más allá de la convulsión de las gradas y de los negocios redondos del palco, el fútbol lo desarrollan unos deportistas sobre una geometría muy pura: el balón es una esfera, el césped está trasquilado por planos paralelos, unas líneas rectas definen el espacio y las áreas del campo, las porterías tienen cuatro ángulos, la red forma cuadrados y existe un punto por antonomasia que es el de penalti. Sobre esta geometr...

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Cada equipo de fútbol, durante una época determinada, genera un jugador cuyo espíritu sintetiza el sueño colectivo de la tribu. En el Valencia FC este jugador ha sido David Albelda. Más allá de la convulsión de las gradas y de los negocios redondos del palco, el fútbol lo desarrollan unos deportistas sobre una geometría muy pura: el balón es una esfera, el césped está trasquilado por planos paralelos, unas líneas rectas definen el espacio y las áreas del campo, las porterías tienen cuatro ángulos, la red forma cuadrados y existe un punto por antonomasia que es el de penalti. Sobre esta geometría euclidiana se agitan los músculos, el corazón y el cerebro de unos atletas con el único afán de la gloria, pero los dioses son muy caprichosos y entre once eligen sólo a uno para que asuma las prerrogativas del héroe y se concentren en él todas las pasiones del público. Entre la directiva del club y ese ídolo se establece una distancia oscura, misteriosa, insalvable. Lo que ha sucedido en el equipo del Valencia ha sido que un presidente de muy pocas luces en la mollera pero cuyo trasero apenas cabe en la butaca del palco, ha creído que por el hecho de ser propietario del club podía salvar la distancia infinita que separa el dinero de la magia para menoscabar o humillar a un héroe por una venganza personal o por otra cuestión privada cualquiera. David Albelda ha sido parte fundamental durante años del espíritu del Valencia, el que ha cohesionado el equipo. Cuando ese espíritu se rompe todo se quiebra, porque entonces la geometría pura del campo abandona la imaginación de los jugadores, llena de caos todas las mentes y convierte el césped mentolado en una selva. Un presidente ahíto de dinero de papá, que te da la mano con sólo tres dedos a la hora de saludar, preside los partidos de su equipo con la mirada perdida. No le interesa nada de lo que sucede en el campo. Está pensando en otros negocios. De hecho, mientras los jugadores se agitan por el césped, él ya ve el Mestalla convertido en pisos de lujo y los billetes lloviendo en otro campo. Este señorón, al que los dioses confundan, se ha atrevido a profanar a David Albelda, al ídolo de la tribu, sin saber las fuerzas oscuras que ha destapado.

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