Reportaje:MODA

El más español de los modistas

Christian Lacroix dice no querer o no poder evocar su infancia a la manera de un relato. Prefiere un simple inventario: "Una soledad confortable, nostalgia, la obsesión por el pasado, el inacabable Museo de Arlés, las faldas new look de Souleiado, las fiestas de Arlés en el teatro romano, la corrida y la voz fascinante de la Callas religiosamente escuchadas, Dominguín y Ordóñez en el ruedo, Lucía Bosé, Cocteau y Picasso en la grada, el Ródano helado y los olivos muertos por el frío del invierno 1955-1956, la Camargue..."; y la relación prosigue, saltando de los paisajes vitales a cuesti...

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Christian Lacroix dice no querer o no poder evocar su infancia a la manera de un relato. Prefiere un simple inventario: "Una soledad confortable, nostalgia, la obsesión por el pasado, el inacabable Museo de Arlés, las faldas new look de Souleiado, las fiestas de Arlés en el teatro romano, la corrida y la voz fascinante de la Callas religiosamente escuchadas, Dominguín y Ordóñez en el ruedo, Lucía Bosé, Cocteau y Picasso en la grada, el Ródano helado y los olivos muertos por el frío del invierno 1955-1956, la Camargue..."; y la relación prosigue, saltando de los paisajes vitales a cuestiones propias de la época, como puede ser la mitificación de ciertas colecciones de revistas o la pasión por una película como El Gatopardo, una recreación de Sicilia en la que Lacroix reconoce su Provenza.

Si Galliano convierte sus trajes en imágenes, Christian Lacroix transforma las imágenes en trajes
Hacer chocar dibujos, materiales, diseños y épocas, es el auténtico combustible del motor creativo del modista

La abuela de Christian Lacroix dejó en el desván una colección completa de La Mode Illustrée, un material de 1860 de la mano del cual aprendió a viajar en el tiempo y en el estilo. Su tía le legó los ejemplares de Marie-Claire de entre 1937 y 1942 perfectamente encuadernados. Ahí no se trata sólo de ropa sino de toda una sociedad, la del periodo de entreguerras, que se sumerge de cabeza en el caos. Una parte de la trayectoria de Lacroix, la que ha desarrollado como grafista o como decorador de interiores, se encuentra, apunta ahí, en esas páginas que le ayudaban a soñar.

Fue en 1987 cuando Christian Lacroix, con la ayuda financiera de Bernard Arnault, puso en marcha su propia firma de alta costura. Era un modista joven pero, sobre todo, era un modista con un buen nivel de formación cultural. No salía sólo de un taller de costura, no era el vestidor de una productora de teatro, ni el amante de un millonario exquisito. Lacroix había pasado por la universidad y por la escuela de restauración del Louvre. Tenía facilidad para el dibujo, una gran memoria visual y un talento que nadie ha desmentido nunca para el collage. Eso, el hacer chocar dibujos, materiales, diseños y épocas, es el auténtico combustible del motor creativo de Lacroix, que se siente a gusto haciéndole malas pasadas al tiempo. Cuando era estudiante quiso hacer su tesis sobre la idea del retorno de las modas, es decir, sobre la continua reinterpretación del pasado. No se le aceptó la propuesta y tuvo que abordar un tema más tradicional pero en el que sin duda también se sintió a gusto: El vestido en la pintura del XVII.

Antes de lanzarse a la aventura de crear colecciones bajo su nombre, había trabajado como diseñador y jefe de prensa para Hermès, ayudó a Guy Paulin, al japonés Jun Ashida o a una firma histórica como Jean Patou. Cuando finalmente puede expresarse libremente, Lacroix rompe con todo porque no se siente a gusto con el minimalismo que imponen los japoneses, ni con los monocromos que llegan de Flandes o de Estados Unidos, ni con los tules vaporosos de la alta costura tradicional. Lacroix es una explosión de color, una explosión de materiales, y una explosión de la mezcla de sabores.

La exposición en el Museo de las Artes Decorativas de París permanecerá abierta hasta el 6 de abril de 2008. Presenta unos 80 trajes de Lacroix pero en total son más de 200 las piezas expuestas, todas escogidas por el modista. Él ha buscado en los fondos del museo creaciones que estableciesen un eco con su trabajo. A veces la similitud viene de la estructura, otras del color, otras de la inspiración velazqueña o goyesca, no en vano Lacroix es el más español de los modistas franceses, no en vano busca en el Rastro objetos que incorporar en sus trajes, no en vano juega con elementos típicos de la corrida.

"No se trata de una retrospectiva sino de mi mirada sobre las colecciones de ropa y moda del museo", dice Christian Lacroix. Y se permite no sólo rescatar del olvido creaciones que considera básicas para su inspiración, sino también mezclar faldas venidas del pasado con tops hechos por él, estampados nacidos de su imaginación con tejidos de Schiaparelli. En el fondo, se trata de demostrar que sumergirse en el pasado, conocer la propia historia es una manera de promoverse en el presente. "Propongo tres ejes de lectura", dice. La selección de ropas históricas, los modelos salidos de sus propios talleres y la colisión entre los dos mundos.

La carrera de Lacroix durante los últimos veinte años conoce tres grandes fases. La primera, entre 1987 y 1992, corresponde a la construcción de un estilo del Sur. La segunda, hasta 2000, se interesa por adaptar estilos y formas a nuevos materiales, mientras que la tercera, en la que anda sumergido, le libera del omnipresente Sur para optar por formas más abstractas. Es un camino adoptado coincidiendo con la muerte de la madre del modista.

La trayectoria como figurinista para diferentes espectáculos teatrales es ejemplar. Hace menos de un año colaboró en un Cyrano magistral de Denis Podalydes, en la Comèdie Française. Ninguna de las actrices le dijo aquello de "oye, que yo no soy una modelo, estoy aquí porque soy capaz de pensar lo que otro ha escrito para que yo lo diga". Y, en efecto, su vestuario respetaba tanto a la persona como al personaje, no buscaba protagonismo fuera de lugar.

Es normal que Lacroix también se encuentre como en su casa en el museo. Es sin duda el más historicista de los modistas. Nadie conoce como él el trabajo de sus predecesores, nadie sabe como él distinguir un estilo a partir de un simple gesto. Y esa sensibilidad para identificar los clásicos no le impide, desde principios de la década actual, ir dejando el lápiz a favor del ordenador, las tijeras por el rayo láser. Pero los útiles contemporáneos no le hacen olvidar las imágenes descubiertas en el Prado o en las marismas de la Camargue. Si Galliano convierte sus trajes en imágenes, Lacroix transforma las imágenes en trajes. Y mientras las modelos del primero sólo pueden existir en la pantalla o sobre el papel, las del segundo son sublimes criaturas reales. -

Dos trajes de fiesta de Lacroix, el segundo concebido como una tela de araña, y un boceto.
Lacroix, tras el desfile en París de la temporada primavera-verano 2008.AFP

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