Reportaje:

Condenados a la chabola

Las maestras del poblado de O Vao recetan educación para integrar a los gitanos

Con los pies en la ciudad de Pontevedra y el corazón todavía en los rostros de los gitanos de O Vao (Poio), Mari Fe Conde y María Luisa Carral, maestras ya jubiladas de la escuela infantil de este asentamiento chabolista durante más de 30 años, no encuentran una solución inmediata al problema que se ha generado en el poblado pontevedrés a raíz del derribo inacabado de 11 chabolas. "Hogares", puntualiza Mari Fe.

El Ayuntamiento de Poio demolió el pasado viernes dos de las 11 viviendas, tras realojar a sus ocupantes en pisos de la Xunta. El resto de los habitantes del poblado tienen probl...

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Con los pies en la ciudad de Pontevedra y el corazón todavía en los rostros de los gitanos de O Vao (Poio), Mari Fe Conde y María Luisa Carral, maestras ya jubiladas de la escuela infantil de este asentamiento chabolista durante más de 30 años, no encuentran una solución inmediata al problema que se ha generado en el poblado pontevedrés a raíz del derribo inacabado de 11 chabolas. "Hogares", puntualiza Mari Fe.

El Ayuntamiento de Poio demolió el pasado viernes dos de las 11 viviendas, tras realojar a sus ocupantes en pisos de la Xunta. El resto de los habitantes del poblado tienen problemas para encontrar otro lugar donde vivir.Mari Fe y María Luisa reconocen que las reticencias de los vecinos de Lérez (Pontevedra) o de Vilarchán (Pontecaldelas) a convivir con estas familias "es comprensible", pero atribuyen ese rechazo social más a una cuestión "casi de higiene, por sus hábitos" que al racismo. Un concepto que afrontan con una sonrisa irónica al explicar que lejos de provocar indignación o impotencia en los propios gitanos, es algo que "no les importa nada porque como colectivo se sienten superiores a nosotros". No obstante, "sí lo van a usar a su favor", quizás para explotar ese victimismo del que tradicionalmente han echado mano, señalan las maestras.

Los políticos deben "involucrarse" y los calés, "asumir que hay una normativa"
"Logramos que vibrasen con el saber pero no que dejasen la marginalidad"

El pasado viernes, momentos antes de que se procediera a demoler una de las viviendas, los medios de comunicación fueron testigos de uno de estos episodios. Una gitana de edad madura protagonizó una escena en la que no faltaron las lágrimas y los niños, azuzados por otras mujeres que llamaban a los cámaras de televisión para que la rodearan mientras ésta se lamentaba a viva voz: "Estoy enferma, ¡qué voy a hacer!, ¡a dónde voy a ir!". Al fin resultó que la señora en cuestión nada tenía que ver con los expedientes abiertos por el Ayuntamiento de Poio. "Mienten mucho pero son muy solidarios entre ellos", dicen las profesoras, a las que sigue fascinando esa otra forma de entender la vida.

Mari Fe y Luisa, como buenas maestras, advierten de que la integración de este colectivo pasa necesariamente por su educación. "Hace sólo 40 años que están escolarizados", recuerdan y casi plantan un puño en la mesa al explicar que "fuimos capaces de hacerlos vibrar con el conocimiento pero no de que dejasen la marginalidad". Una circunstancia en la que la entrada en escena de la droga ha tenido una importancia decisiva. "Lo trastocó todo", reconocen mientras se les endurece el gesto. "Y nosotras, en la escuela, gritábamos con las ventanas abiertas: ¡vendedores de droga, vendedores de muerte!", sabedoras del riesgo que eso suponía, más aún viniendo de mujeres payas.

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Y es que estas maestras han acompañado a los gitanos de O Vao incluso en la cárcel, donde no dejaron de recordarles que "hay que respetar las normas", si bien comprenden que en una situación de marginalidad, el dinero rápido es un cebo muy tentador. Jubiladas hace un año, siguen despertando respeto y aprecio entre las generaciones que han pasado por sus manos en O Vao y que no les han retirado aún el apelativo de "profe".

En el otro extremo está la presidenta de la asociación de vecinos de O Vao, Carmen Esperón, que es estos días el blanco de las iras de los habitantes del asentamiento , que la culpan, casi en exclusiva, del derribo de las casas. Sobre ella han descargado amenazas muy graves que se han escuchado de un confín al otro del poblado. Respecto a esto, las maestras puntualizan que hace más de 20 años, cuando empezaban en la escuela, Esperón ayudó económicamente a sacar adelante el centro. "Ella tiene un ahijado gitano, incluso le pedía a las mujeres trajes para disfrazar a sus hijas", explican. En aquel momento todavía no había hecho su aparición la droga, y payos y gitanos compartían las aulas del centro. "A mí me duele que les tiren las casas, aunque sé que son ilegales. Defendemos a un colectivo, por esencia, indefendible", matizan.

A pesar de que no dudan del trabajo de los políticos, les sugieren, desde su experiencia en primera línea, "que se mojen, que se involucren más". Y también dan una de cal al sistema: "La ley es tolerante con ellos y los políticos, transigentes". Pero, agregan, "cuando razonen más y deseen vivir mejor", la integración, que entienden es un proceso largo y progresivo, estará más cerca.

"Ellos tienen que asumir que hay una normativa. Son seres humanos estupendos aunque indolentes. Allí, la mujer lo hace todo, y eso esconde un problema que todavía no ha salido a la luz y contra el que es muy difícil luchar". Ésa es ya otra batalla. La de ahora presenta una difícil solución porque la ley no les permite quedarse en O Vao y la sociedad no les deja salir de allí: "¿Qué hacemos con ellos? Yo, estoy perdida", lamenta Mari Fe.

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