Reportaje:

Cerveza caliente y fritanga

El caos viario marcó el masivo concierto de Héroes del Silencio

El relato de lo que ocurrió la noche del sábado en el Circuito Ricardo Tormo, para cualquiera que saliera rumbo al recinto algo más tarde de la hora de la siesta, es lo más parecido a una larga peregrinación del absurdo entre casas de campo, matorrales, caminales secundarios y montañas de residuos. De hecho, una enorme alfombra de botellas de plástico, latas de cerveza y mugre de toda clase daba la bienvenida, a la entrada del recinto, a aquellos rezagados que, tras más de tres horas de coche, se habían visto obligados a dejar su vehículo aparcado en un arcén o entre naranjos. Algunos de los q...

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El relato de lo que ocurrió la noche del sábado en el Circuito Ricardo Tormo, para cualquiera que saliera rumbo al recinto algo más tarde de la hora de la siesta, es lo más parecido a una larga peregrinación del absurdo entre casas de campo, matorrales, caminales secundarios y montañas de residuos. De hecho, una enorme alfombra de botellas de plástico, latas de cerveza y mugre de toda clase daba la bienvenida, a la entrada del recinto, a aquellos rezagados que, tras más de tres horas de coche, se habían visto obligados a dejar su vehículo aparcado en un arcén o entre naranjos. Algunos de los que consiguieron llegar y estacionar en el atestado parking, lo hicieron llevándose por delante los bolardos de plástico. Otros, más impacientes, lo hicieron taponando la entrada del garaje de algunas viviendas cercanas, lo que provocó el lógico enfado de algunos vecinos.

"Se podía haber esperado", decía un seguidor mientras sonaba el cierre

Mientras, Iberia sumergida, Oración o Fuente Esperanza ponían banda sonora al desencanto, al ambiente de fiesta ya en fase terminal que se vivía en la larga explanada que daba acceso al recinto, incapaz de engullir a tiempo y en condiciones dignas a sus 80.000 asistentes. Una joven lloraba desconsolada al cerciorase de que a la cosa le quedaba poco más de media hora, ajena a la algarabía reinante entre aquellos que, dentro del recinto desde hacía muchas horas, habían conseguido no perder detalle. Un grupo de seguidores llegados de Murcia la tomaba con Bunbury: "El tío ya se podía haber esperado un poco a que llegara todo el mundo", al tiempo que sonaba Malas intenciones a modo de cierre. Entre olor a fritanga, cerveza caliente derramada por el asfalto e inacabables puestos de merchandising, los vendedores ambulantes se disponían a seguir haciendo su agosto. El negocio continúa, en nombre del desproporcionado eco popular de una banda que nunca imaginó (ni, desde luego, mereció) tanto.

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