Columna

Los errores de Pla

Alguien lo dejó dicho: en política es más grave el error que el delito. Y a las pruebas nos remitimos. La vida pública está saturada de delincuentes más o menos presuntos que se prolongan en las poltronas sin que les acose demasiado la justicia ni les desasosiegue el reproche de los ciudadanos. En cambio, por culpa de los errores, que ciertamente no se tipifican en ningún código, está saturado el camposanto de los políticos amortizados. Ya se sabe: una palabra inoportuna, otorgar el favor indebido, tomar la decisión equivocada, confiar en el felón, dar pábulo al escándalo, etcétera, pueden ser...

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Alguien lo dejó dicho: en política es más grave el error que el delito. Y a las pruebas nos remitimos. La vida pública está saturada de delincuentes más o menos presuntos que se prolongan en las poltronas sin que les acose demasiado la justicia ni les desasosiegue el reproche de los ciudadanos. En cambio, por culpa de los errores, que ciertamente no se tipifican en ningún código, está saturado el camposanto de los políticos amortizados. Ya se sabe: una palabra inoportuna, otorgar el favor indebido, tomar la decisión equivocada, confiar en el felón, dar pábulo al escándalo, etcétera, pueden ser fatales por la imprevisión de sus consecuencias.

Joan Ignasi Pla, el dirigente socialista que acaba de ser crucificado esta semana, también cometió sus errores, pormenorizados estos días por los cronistas y forenses que han elaborado su necrológica política. Nosotros únicamente vamos a insistir en dos de ellos porque se nos antojan determinantes de lo que ha sido una drástica y feroz liquidación del líder. Nos referimos en primer lugar al más notable de ellos, a la obstinación en aferrarse al cargo a partir se la segunda derrota electoral del pasado mes de mayo, cuando ya había calado la convicción de que con su careto, talante y praxis política, tan teñida de irresolución, sería prodigioso que remontase el vuelo en las urnas. O sea, cuando ya estaba etiquetado de perdedor. Pero el cargo tira mucho y las altas instancias partidarias, además, optaron por mantenerlo hasta el congreso ordinario del próximo año. Fue otra equivocación, pero ésta hay que endosársela en mayor medida a los mandamases de Madrid.

El segundo error, en opinión de algún observador próximo a la víctima, ha consistido en haber provocado las iras de determinados medios de comunicación relevantes que, por confusas razones, han desorbitado y explotado hasta el paroxismo una información filtrada desde el seno del propio PSPV en torno al impago de unas facturas por parte de quien alega sentirse víctima de una conspiración mediática. Las facturas existen y, como es sabido, responden a las obras efectuadas en la vivienda del líder abatido por un importe en torno a los cien mil euros, una verdadera nadería en comparación a las cifras que, en concepto de soborno y tráfico de favores, rigen en el ancho y variopinto universo de la corrupción política.

No está en nuestro ánimo instar la mínima indulgencia para quien abuse del cargo público que ocupa, y menos si con ello tiñe de sospecha a todo un partido y se defrauda la buena fe de sus militantes y electores. Al trullo con él, algo que por cierto casi resulta prodigioso en este país.

Pero en el caso que nos ocupa tenemos la impresión de que, antes que el rigor, ha prevalecido el juicio de intenciones para con un dirigente que ya circulaba con fecha de caducidad y que su único delito en este trance es haber sido poco o nada precavido al meterse en obras y aplazar pagos dejando rastros e indicios para torcidas interpretaciones. Al parecer el bon xic que alienta en su ánimo le hizo creer que estaba blindado contra los felones y los cocodrilos.

Con buen criterio, el PSOE ha querido pasar página lo antes posible con el fin de no dar pábulo a la explotación política del infausto episodio por parte de los adversarios. Bien está, pero no son los adversarios valencianos -decimos del PP- los críticos más cualificados para explotar el éxito removiendo maliciosamente el fango, pues sería tanto como mentar la soga en casa del ahorcado. Ahora lo procedente es gestionar la crisis y preparar las elecciones, misión que se le ha encomendado al ex Molt Honorable President y senador (¿vitalicio?) Joan Lerma, impresionante en su toma de posesión. Muchos -¿o no seremos ya tantos?- nos hemos sentido regresados y atrapados en el tiempo, como en aquel filme que relataba el recurrente Día de la Marmota. Por cierto que el veterano político es un fiel remedo de Bill Murray, el chico de la película. Confiemos en que desatasque esta historia y acondicione el partido para que se ubique de una vez en el siglo que estamos.

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