DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2007

Ganamos

Cuántas veces me habré acordado en esta Vuelta de lo primero que me vino a la cabeza hace ya tres semanas (sí, ¡tres semanas!) cuando pegué el primer vistazo rápido al libro de ruta. Empecé a pasar páginas sin prestar mucha atención a los detalles, fijándome sobre todo en los perfiles. Y cuando llegué al final, me vino una especie de sentimiento de solidaridad: menuda les espera a los compañeros del que alcance el liderato en Andorra, pobrecillos.

Un par de días antes, de camino hacia Vigo y en la misma terminal del aeropuerto, me encontré con uno de los compañeros de entrenamiento de D...

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Cuántas veces me habré acordado en esta Vuelta de lo primero que me vino a la cabeza hace ya tres semanas (sí, ¡tres semanas!) cuando pegué el primer vistazo rápido al libro de ruta. Empecé a pasar páginas sin prestar mucha atención a los detalles, fijándome sobre todo en los perfiles. Y cuando llegué al final, me vino una especie de sentimiento de solidaridad: menuda les espera a los compañeros del que alcance el liderato en Andorra, pobrecillos.

Un par de días antes, de camino hacia Vigo y en la misma terminal del aeropuerto, me encontré con uno de los compañeros de entrenamiento de Denis.

- ¿Qué tal estás?, me preguntó Arrieta.

-Bien, al menos eso creo, le contesté.

-Pues más te vale estar bien, porque tal y como anda Denis, me parece que te va a tocar trabajar de lo lindo, me auguró.

O sea que cuando me vino aquella idea a la cabeza, en realidad trataba de apiadarme de mí mismo, aunque engañándome ligeramente, más que nada para retrasar el momento de empezar a acumular tensión. Yo tenía plena confianza en Denis, sabía que venía aquí a por todas, y había bastantes posibilidades de que uno de esos pobrecillos fuese yo. En realidad sería fenomenal que eso fuese así, pensaba, pero no será nada fácil, no.

Y eso fue lo que ocurrió. Y fue duro, tal y como lo imaginábamos o incluso más. Han sido muchos los que han comentado que estas dos últimas semanas no han sido realmente duras, pero yo soy la prueba viviente de lo contrario. Si alguien quiere comprobarlo, puede venir a visitarme. No miento, sí que lo han sido.

Quizá el peor momento de cada día era la primera hora de carrera. Con el cuerpo aún perezoso comenzaba la cascada de ataques y contraataques, que nunca parecía llegar a su fin. Y tocaba entonces jugar con inteligencia, decidir de inmediato cuál era la fuga que podía valer y cuál no. Y a la vez había que reaccionar, sin duda ninguna, a los ataques de ciertos corredores o equipos peligrosos. Esto, que así planteado parece relativamente fácil, era luego ya más complicado de poner en práctica: había que poder. Pero pudimos, no sin dificultades, pero pudimos.

Sí, lo conseguimos, y ayer al cruzar la última línea de meta afloró un sentimiento desconocido. Fue cuando vi a Denis lanzando un puño al aire apenas unos metros por delante de mí. Él era el ganador, pero yo también, y otro que vestía como yo a mi derecha también, y otros que me abrazaron nada más bajarme de la bici también. Todos habíamos ganado y sólo lo había hecho uno. Era maravillosamente intenso. Denis se lo merecía, nosotros también, y lo mejor era que todos estábamos tremendamente orgullosos de ser quienes éramos y estar donde estábamos. Irrepetible.

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