Crónica:

Vislumbres del Punyab

Kulwinder Singh amarra su larga cabellera, que no ha cortado una sola vez en su vida, y la cubre con siete metros de tela para formar un hermoso turbante de color azul. Su rostro moreno enmarca esa barba prominente y grandes bigotes. Al salir de casa, lleva puesto un shalwar kameez y en el brazo el Kara, una especie de brazalete, como marca la tradición sij.

Toma el tren de Santa Coloma de Farners a Barcelona para dirigirse al barrio del Raval, donde se encuentra su oratorio Gurdwara Gurdanshan Sahib Ji. Es domingo, día de recibir la enseñanza del gurú.
...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Kulwinder Singh amarra su larga cabellera, que no ha cortado una sola vez en su vida, y la cubre con siete metros de tela para formar un hermoso turbante de color azul. Su rostro moreno enmarca esa barba prominente y grandes bigotes. Al salir de casa, lleva puesto un shalwar kameez y en el brazo el Kara, una especie de brazalete, como marca la tradición sij.

Toma el tren de Santa Coloma de Farners a Barcelona para dirigirse al barrio del Raval, donde se encuentra su oratorio Gurdwara Gurdanshan Sahib Ji. Es domingo, día de recibir la enseñanza del gurú.

La calle de Hospital se atavía de colores con los turbantes de ellos y los saris de ellas. Amarillos, verdes, rosas, lilas, rojos y azules pintan el deslavado paisaje urbano.

La India está en ese oratorio impregnado de 'curry', para todo aquel que lo visite, aunque no comparta la religión sij

Entran al Gudwara (casa de Dios) con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Del lado izquierdo las mujeres y del lado derecho los hombres. Los pequeños corren del lado donde está la madre y del otro donde ha quedado el padre. Su inquietud pueril les provoca jugar y tropezarse por el pasillo, mientras el armonio y la tabla son tocados por el Kirtan Jatha, acompañados de cánticos y rituales.

La India está ahí, en ese improvisado oratorio impregnado de curry de verduras que ha sido cocinado para todo aquel que visite el Gudwara, aunque no comparta la religión sij, religión que nació hace cuatro siglos como alternativa al islam y al hinduismo y la cual predomina en el norte de la India.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Los cantos devotos se escuchan en punyabí. Hay reminiscencias del persa, del sánscrito, del urdu, del hindi, fragmentos del hinduismo y la poesía sufí; muestra de la riqueza cultural del pueblo al que Kulwinder Singh pertenece, el mismo que se dividió décadas atrás en un mes de agosto, cuando un pedazo de tierra se convirtió en Pakistán. Es la región de sus antepasados, la que aún vive en conflicto, la que está bañada por los cinco ríos, la de montañas coronadas de nieve y palacios de oro: el Punyab.

Kulwinder Singh, antes solía caminar sobre campos amarillos y orar en templos milenarios, hoy pisa vestigios romanos y piedra medieval. Utiliza sus manos para construir casas de otros. No le pesa ser albañil, tampoco estar lejos de sus padres, que se han quedado en la India. Le pesa la pobreza de su país y la sociedad de castas; por eso dejó siete años atrás su amado Punyab: para no volver a sentir el racismo, para no sentirse perseguido por su religión, para que el rico no lo hiciera más pobre, para que su mujer, Baljinder Kaur, tuviera los mismos derechos que él.

Se llama Kulwinder y lleva en la última parte de su nombre la palabra Singh, que significa 'león', con la que se distinguen los hombres sijs; mientras que la mujeres agregan el término Kaur 'princesa'.

Sí, se llama Kulwinder Singh, el del turbante azul.

Archivado En