Crónica:TOUR 2007

El mambo de Contador en el Peyresourde

El ciclista de Pinto ataca seis veces a Rasmussen, que resiste, en una etapa ganada por el sufriente Vinokúrov

La prensa de la región alertaba, alarmada, "el oso ataca de nuevo en Bagnères", y explicaba que en 2006 se había repoblado la zona con seis osos eslovenos -un macho, cinco hembras- y que los ganaderos estaban que trinaban. Como hace 100 años, más o menos, cuando se hizo a los corredores del Tour franquear por primera vez los grandes cols pirenaicos, con el Peyresourde abriendo paso a la salida de Luchon, y los ciclistas, asustados, no dejaban de oír a su paso, "¡cuidado con los osos!". Ayer les gritaban ¡cuidado con Vinokúrov!, que es kazajo, feroz, que también tiene garras, y unos ojos...

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La prensa de la región alertaba, alarmada, "el oso ataca de nuevo en Bagnères", y explicaba que en 2006 se había repoblado la zona con seis osos eslovenos -un macho, cinco hembras- y que los ganaderos estaban que trinaban. Como hace 100 años, más o menos, cuando se hizo a los corredores del Tour franquear por primera vez los grandes cols pirenaicos, con el Peyresourde abriendo paso a la salida de Luchon, y los ciclistas, asustados, no dejaban de oír a su paso, "¡cuidado con los osos!". Ayer les gritaban ¡cuidado con Vinokúrov!, que es kazajo, feroz, que también tiene garras, y unos ojos fríos que matan, pero tampoco era para tanto. Ayer tocaba mano a mano en el Peyresourde. Eso sí fue mucho.

El kazajo es un ciclista de regularidad alternante: un día arrasa y al siguiente se hunde
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Cada década, más o menos, el Tour concede a un escalador puro el placer de la victoria final. En el 76 fue Van Impe, en el 88, Delgado, y en el 98, Pantani. En 2007 también toca, seguro, pero, además, con un añadido especial: será de un duelo de escaladores de donde salga el maillot amarillo de París. Dos eléctricos de igual a igual. Todo un placer para los aficionados, y más si uno de los duelistas es Alberto Contador, que ayer, con su ademán desafiante -ni las gafas negras pueden esconder su mirada de te vas a enterar-, ligero de pedalada, incansable, obligó a Rasmussen a bailar el mambo. El mambo del Peyresourde. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces demarró, atacó, cambió el ritmo, el madrileño en los últimos cinco kilómetros del puerto de los osos. Al primer ataque ya dejó atrás a todos, salvo a su pareja de baile: los garrapatas detrás vivieron su plena reducción al absurdo, sin rueda que chupar; y entre los duelistas no hubo acuerdo, falso, como la víspera: uno de los dos sobraba, forastero. En el segundo, Rasmussen todavía dio la sensación de estar sobrado; en el tercero, la duda; en el cuarto, ay, ay, ay: los dos de pie en la bicicleta, Contador acelerando, Rasmussen, negándose a sentarse, aunque las piernas se lo pidieran a gritos. Finalmente, se sentó, antes que Contador.

Era el momento. Contador así lo pensó. De ésta me voy. Pero el increíble pollo volador resistió: sentado fue capaz de reducir terreno. El quinto se quedó a medias, frenado por los coches y motos, por el público abrumador. Y el sexto llegó después del descenso, en las calles de Loudenvielle. El petardo final de la traca. No cedió Rasmussen, pero ambos bailarines lograron aumentar en 56s su ventaja sobre Evans, Klöden, Leipheimer, Sastre, los seguidores que llegaron acusándose de esconderse en los relevos. Después, ambos se citaron para mañana en el Aubisque, el último puerto del Tour: quizás Contador pueda contar hasta ocho, hasta el mambo definitivo.

Por delante había fuga. Se escaparon tantos camino del temido Balès que más parecía que se hubiera fugado todo el pelotón. Eran 25, por lo menos, y entre ellos estaba Vinokúrov, el ciclista yo-yo -hoy arriba, mañana abajo-, convertido en un numerero. Ayer atacó, como los osos eslovenos. Le tocaba. Son las cosas del nuevo ciclismo, en el que parece imposible recargar las baterías. Hay ciclistas de corriente continua, como Valverde y Pereiro, que una vez que empiezan a quedarse sin energías sufren cada vez más para soportar el ritmo de los más brillantes, o de los que no derrocharon otros días, los que pensaron guardar fuerzas.

Valverde llega muerto a la meta, habla de cómo la locomotora de Boogerd lo fue exprimiendo, y luego sonríe. "Pero he terminado mejor que ayer", dice. El espejismo del día de descanso, que es hoy. Y hay ciclistas de corriente alterna. Un día a tope, al siguiente vacíos. Y así, Vinokúrov. Ya en junio, en la Dauphiné, Vinokúrov mostró su regularidad alternante: un día ganó la contrarreloj, al siguiente se hundió en el Ventoux; el tercero dejó ganar la etapa a Colom, el cuarto se fue abajo en la etapa reina y el quinto volvió a exhibirse. En el Tour, igual: el sábado asusta en la contrarreloj, el domingo da pena en los Pirineos, el lunes arrasa en el Peyresourde. Su estilo demoledor subiendo y bajando lo sufrieron los españoles, que pensaban alegrar su Tour con una victoria de etapa: Arroyo, Cobo y Zubeldia, quien descubrió que es más divertido correr al ataque que guardar y guardar. Quizás sea también efecto del contagioso ritmo del mambo de Contador.

Vinokúrov celebra su victoria al cruzar la línea de meta.ASSOCIATED PRESS
Imagen de las rodillas de Vinokúrov tras la etapa de ayer.EFE

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