Reportaje:

Festival de verano ¿y del amor?

Estampados psicodélicos, gafas enormes y flequillos reinan en el Summercase, la avanzadilla de una temporada muy 'hippy'

Almudena tiene 18 años y, como las dos amigas con las que sorbía cerveza en vaso de plástico y tonteaba con los chicos, una badana para recogerse el pelo largo y unos pantalones cortos de tímido talle alto. Ninguna de ellas había siquiera nacido cuando hace más de 20 años la primera recuperación de los sesenta dio por iniciada la era de los revivals. Y, sin embargo, allí estaban el pasado sábado en el festival Summercase de Boadilla del Monte (Madrid) dando involuntariamente la razón a los dictadores de tendencias (de Gucci a Mango) que aventuraron que éste sería un nuevo verano del amo...

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Almudena tiene 18 años y, como las dos amigas con las que sorbía cerveza en vaso de plástico y tonteaba con los chicos, una badana para recogerse el pelo largo y unos pantalones cortos de tímido talle alto. Ninguna de ellas había siquiera nacido cuando hace más de 20 años la primera recuperación de los sesenta dio por iniciada la era de los revivals. Y, sin embargo, allí estaban el pasado sábado en el festival Summercase de Boadilla del Monte (Madrid) dando involuntariamente la razón a los dictadores de tendencias (de Gucci a Mango) que aventuraron que éste sería un nuevo verano del amor, justo, casualidades de la vida, ahora que se cumplen 40 años de aquel de las flores, la era Acuario y la mágica San Francisco.

Ninguna de las bandas del cartel del festival, dos noches de conciertos en Madrid y Barcelona, itinerantes y simultáneas, se adscribían a la vuelta de la psicodelia de la que también hablan ciertos periodistas musicales. Hubo los que se acercaron a la idea por la vía del folk (Fionn Regan o My Brightest Diamond), de la lisergia (Flaming Lips) o del homenaje estético al hippismo tal como se entendió en Cataluña a principios de los setenta: los pelos, el bigote y la camisa estampada de Genís, de Astrud, sólo podían entenderse a partir de estas referencias (no así sus zapatos de tacón fino). Capítulo aparte merece el vestido blanco de inspiración ibicenca con el que Lilly Allen actuó en Barcelona. Y, sin embargo, las pintas que dominaron sobre el polvoriento recinto remitían a la despreocupación californiana justo antes de la pérdida de la inocencia de los setenta; faldas que empezaban por encima de la cintura y acababan más allá de los pies, camisetas anchas y ajadas, estampados floreados y flequillos rectos. Aunque fuese para asistir a un concierto de electrónica neoyorquina, LCD Soundsystem, o a la esforzada épica del grupo del momento, Arcade Fire. Todo lo cual no prueba nada, salvo quizá, citando al novelista David Foster Wallace (quien, aunque por razones distintas, también suele llevar badana) la "porosidad de ciertas fronteras". En este caso, las que separan las tribus de los modernos.

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