Análisis:A LA PARRILLA

El Tour

Cuando, en el duermevela de la siesta, La 2 no emite un narcotizante reportaje sobre la fauna del Serengeti, sino sobre otra fauna no menos peligrosa que viaja en bicicleta, no lo dude, es que estamos en julio. En julio, en efecto, el duermevela se abarroca. Abandona la ilimitada sabana para migrar a un huerto ordenado, "le jardin de la France", nada menos. No hay otro programa de televisión con un decorado más suntuoso, cuidado, civilizado y elegante que el de la retransmisión del Tour. El sábado, los enfermos de esta competición salimos de Bourg-en-Bresse para llegar, 200 kilómetros más allá...

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Cuando, en el duermevela de la siesta, La 2 no emite un narcotizante reportaje sobre la fauna del Serengeti, sino sobre otra fauna no menos peligrosa que viaja en bicicleta, no lo dude, es que estamos en julio. En julio, en efecto, el duermevela se abarroca. Abandona la ilimitada sabana para migrar a un huerto ordenado, "le jardin de la France", nada menos. No hay otro programa de televisión con un decorado más suntuoso, cuidado, civilizado y elegante que el de la retransmisión del Tour. El sábado, los enfermos de esta competición salimos de Bourg-en-Bresse para llegar, 200 kilómetros más allá, al valle alpino de Le Grand-Bornand, que avista ya el macizo del Montblanc. De por medio, un puerto mítico, el Col de la Colombière, con rampas en los últimos tres kilómetros de entre el 9,5% y el 10%, hasta alcanzar la cima, a 1.618 metros. Buena literatura para una digestión reposada.

En la ondulada región de la Bresse, donde deslumbrantes campos de cereales se alternan en patch work con verdes pastos y alamedas que flanquean caudalosos cursos de agua, la estrella es un poulet (pollo) de carne blanca y pata azul que acompañado con un Beaujaulais es una delicia. Despegamos el ojo cuando la cámara del helicóptero nos brinda un prodigioso rodeo zenital por la Cartuja du Reposoir. Allí pedimos un café bien cargado y lo que toque, una eau-de-vie de mirtilos o una vieille prune, no sé, usted mismo, es usted muy amable. Y en ruta hacia el col. La cámara nos brinda ahora otra secuencia antológica: el esfuerzo grave de la subida se convierte más allá de la cima en un descenso tan vertiginoso como refrescante. Sólo entonces reparamos en Linus Gerdemann, un muchacho que se funde con el cuadro de su velocípedo y que llora ante las cámaras (por cierto, ¿por qué la publicidad no respeta la competición en un recuadro, como hace con las motos?). En Le Grand-Bornand cenamos raclette regada con un blanco del Ródano o de la zona de Nyon. Y por la noche nos ponemos un jersey. A los juilletistes es muy difícil cogernos desprevenidos, aunque no peguemos ojo a la hora de la siesta por el maldito Tour.

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