Baloncesto | Madrid-Barça, final de la Liga ACB

El día que salimos en la tele

Sólo faltó sexo. Así resumía Luis Gómez en su crónica en este periódico el segundo partido de la primera final de la ACB, allá por abril de 1984. Se enfrentaban Real Madrid y Barcelona, los mismos contendientes que a partir de hoy se van a disputar el título de esta temporada. Sin duda fue un partido especial, tanto que pasó a la historia y resulta referente inevitable cada vez que las dos potencias económicas y sociales del deporte español llegan al último acto del curso. El hueco que logró en la memoria colectiva fue debido sobre todo a causas extradeportivas. Más concretamente a una pelea m...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Sólo faltó sexo. Así resumía Luis Gómez en su crónica en este periódico el segundo partido de la primera final de la ACB, allá por abril de 1984. Se enfrentaban Real Madrid y Barcelona, los mismos contendientes que a partir de hoy se van a disputar el título de esta temporada. Sin duda fue un partido especial, tanto que pasó a la historia y resulta referente inevitable cada vez que las dos potencias económicas y sociales del deporte español llegan al último acto del curso. El hueco que logró en la memoria colectiva fue debido sobre todo a causas extradeportivas. Más concretamente a una pelea multitudinaria que desembocó en tres expulsiones, la victoria del Barça que provocaba un tercer y definitivo encuentro y la posterior renuncia azulgrana a disputarlo, no conforme con las sanciones que se repartieron entre los involucrados. Por primera vez en la historia, el baloncesto robó el protagonismo al fútbol, acaparando espacio informativo como nunca anteriormente. Fue todo un preludio de lo que vendría meses después, en aquel verano olímpico donde España se hizo con la medalla de plata en Los Ángeles. Dado que yo andaba por ahí, contaré mi versión de lo hechos.

Venía una mole de 2,10 metros y bíceps de culturista a separarme la cabeza del resto del cuerpo

Corría el minuto treinta y tantos de partido y tenía los costillares machacaditos. Aquel Barcelona basaba su ataque en constantes bloqueos sobre Epi y Sibilio, tiradores letales. Yo me encargaba de Epi, y a esas alturas calculo que habría sufrido unos 200 bloqueos. Particularmente complicado resultaba cuando el encargado de hacerle un hueco a su compañero era Mike Davis. Sobrado de musculatura y con codos como agujas, me sentía como un boxeador al que siempre zurran en el mismo sitio. Epi sacó de banda y cruzó el campo de lado a lado. Del primer bloqueo salí de mala forma y en el segundo me esperaba Davis. Sin pensarlo dos veces le solté un codazo en la cara. Durante un segundo Mike se quedó parado, hasta que decidió ir a por mí. No resulta fácil explicar lo que te viene a la cabeza cuando ves a una mole de 2,10m y bíceps de culturista avanzar hacia ti dispuesto a separarte la cabeza del resto del cuerpo. En un momento de lucidez, no exento de inteligente cobardía, me tiré al suelo para evitar males mayores. O eso creí durante algunos años. Porque no estuve tan rápido. Davis me alcanzó en todo el pecho y caí a plomo. Pudo ser peor, pero me debí desplomar a tal velocidad que el segundo y definitivo golpe falló por poco.

Se montó el gran follón, y el primero en entrar en acción fue Fernando Martín. Todavía alguna noche sueño con la imagen de Fernando y Davis chocando como en una de esas imágenes de cabras montesas tan habituales en los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. El tumulto posterior fue grandioso, con los dos equipos al completo intentando separar a los gladiadores. Los árbitros nos expulsaron a los tres. Una vez en el vestuario, nos calmamos. Bueno, a Mike le costó un poco más, y durante unos minutos le oíamos reclamando a Martini para que saliese y terminar lo que habían empezado.

El Barça acabó ganando y forzando el desempate a celebrar al día siguiente. O eso estaba previsto. Esa misma noche el comité de competición se reunió ¡en la cafetería de la Ciudad Deportiva del Madrid! No era desde luego el mejor sitio. El resultado de sus deliberaciones fue sancionar a Martín y Davis y exculparme a mí, a pesar de que yo había confirmado públicamente mi agresión. Después de una noche larguísima, el Barça decidió largarse a su casa en señal de protesta. Para nosotros fue un alivio, pues el Madrid perdía mucho más sin Martín que ellos sin Davis. Al no presentar ni siquiera recurso, se dio por ganador del tercer partido y de la Liga al Madrid sin posibilidad de revisión. Dos días después, nos concentramos con la selección y Antonio Díaz Miguel lo primero que hizo fue reunirnos a los del Madrid y el Barça para conocer si aquellos acontecimientos habían dejado secuela en nuestra relación. Obviamente no.

Han pasado 23 años. El gran Fernando falleció en accidente de tráfico en diciembre del 89, Davis tiene un chiringuito en la Rivera Maya mejicana, y a mí se ha vuelto blanca la barba, pero Madrid y Barça siguen enfrascados en una batalla eterna por la supremacía del baloncesto. Hoy se empieza a escribir una nueva página. Habrá más, pero nada podrá evitar que cada vez que lo hagan en una final, el recuerdo de aquella noche se haga presente. El día en el que el baloncesto se convirtió en un deporte de masas. Ah, la próxima vez, que haya sexo y que se pegue otro con el bueno de Mike.

Archivado En