Crítica:CLÁSICA

Un piano que canta

En el recital que ofreció para Caja Duero, la pianista portuguesa volvió a mostrar sus mayores encantos y sus puntos más débiles. Entre los primeros, la delicadeza infinita, la recreación del fraseo desde una perspectiva tan personal como sujeta a las características propias de la música interpretada, la capacidad para "cantar" con el piano sin dejar que se olvide el perfume propio del instrumento, y la búsqueda de una atmósfera concentrada e íntima para sus recitales, siempre incomprendida por un público que se empeña en aplaudir aunque ella pida que no se haga hasta el final de cada parte. T...

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En el recital que ofreció para Caja Duero, la pianista portuguesa volvió a mostrar sus mayores encantos y sus puntos más débiles. Entre los primeros, la delicadeza infinita, la recreación del fraseo desde una perspectiva tan personal como sujeta a las características propias de la música interpretada, la capacidad para "cantar" con el piano sin dejar que se olvide el perfume propio del instrumento, y la búsqueda de una atmósfera concentrada e íntima para sus recitales, siempre incomprendida por un público que se empeña en aplaudir aunque ella pida que no se haga hasta el final de cada parte. Todo ello brilló en el obsesivo y galopante Ginastera de la 1ª y 3ª Danzas Argentinas, hábilmente contrapuesto al lirismo de la núm. 2. El piano cantó con melancolía, casi acercándose a Mozart, en un Scarlatti bien reelaborado y diferenciado del clavecín original para el que se concibió la Sonata K.208. Con los Impromptus op. 142 de Schubert llegó finalmente el cenit: introspección cuidadosa del primer Romanticismo en el núm. 1, libertad completa para que los sonidos brillen todo el tiempo necesario, olvidando las rigideces métricas en el núm. 2, perlados recorridos por el teclado en el núm. 3, y elegancia grácil para el casi bailable inicio del núm.4.

Maria João Pires

Obras de Ginastera, D. Scarlatti, Schubert y Beethoven. Obra Social de Caja Duero. Palau de la Música. Valencia, 10 de junio de 2007

Tras el descanso, y en la penúltima sonata de Beethoven se escucharon, sin embargo, las habituales carencias de Pires cuando aborda un repertorio no adecuado a sus condiciones físicas: las manos pequeñas y los brazos no demasiado fuertes empobrecieron los momentos vigorosos que el op. 110 contiene, a pesar de tratarse de una obra muy intimista en términos generales. Quiso compensar la poca potencia con el mucho pedal, pero eso suele ser mal remedio. La segunda fuga del tercer movimiento quedó emborronada y, en general, se perdió el carácter relajado y seductor que había presidido la primera parte del recital.

De bis, el Nocturno op. 9, núm. 3 de Chopin. Con él volvimos, de nuevo, al reino de los sueños y las maravillas.

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