Columna

La infección

Solté la palabreja. Zutabe. Con la misma naturalidad que si la llevara usando desde el bachillerato. Habría que preguntarse cuáles son los mecanismos por los que hasta las expresiones a las que somos refractarios acaban haciéndose sitio en nuestro cerebro, como si nuestro sistema censor se doblegara y esa parte del diccionario interior que no depende de la voluntad sino del aprendizaje inconsciente, fuera encontrando hueco a fuerza de dar pequeños codazos a un lado y a otro, apartando palabras que despiertan las papilas gustativas, como zumo, u otras que contienen un olor infecto, como ...

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Solté la palabreja. Zutabe. Con la misma naturalidad que si la llevara usando desde el bachillerato. Habría que preguntarse cuáles son los mecanismos por los que hasta las expresiones a las que somos refractarios acaban haciéndose sitio en nuestro cerebro, como si nuestro sistema censor se doblegara y esa parte del diccionario interior que no depende de la voluntad sino del aprendizaje inconsciente, fuera encontrando hueco a fuerza de dar pequeños codazos a un lado y a otro, apartando palabras que despiertan las papilas gustativas, como zumo, u otras que contienen un olor infecto, como zurraspa. Ahí está Zutabe, tan fresca, con su sonoridad de bebida energética, de deporte asiático o de empresa constructora. Ahí está Zutabe, maldita sea, y nosotros utilizándola, concediendo al que tan macabramente la usa al menos la victoria del lenguaje, que no es victoria pequeña porque acaba pervirtiendo el pensamiento. Zutabe, así, con sus tres sílabas, pronunciada en una cena corriente de una casa, entre el "pásame el pan" y el "échame más vino". Da que pensar. Es posible que la palabra se haya colado en muchas otras casas esta misma noche, que seamos muchos los que estemos hablando del último Zutabe, de los matices que lo distinguen del anterior, de su sintaxis, de la inminencia de los actos que ahí se anuncian. Eso hablamos. Que lo hagan los analistas políticos tiene su lógica, pero que lo hagamos nosotros, por Dios, sería realmente cómico si no fuera porque no tiene ninguna gracia. Y, mientras, de fondo, la radio, que ofrece lo inevitable, el cruce de discrepancias políticas que retrasa ese acuerdo nacional que esperamos los ciudadanos, nosotros, la gente, los votantes, el pueblo soberano, llámesenos como se quiera, los que nos reunimos cada noche a la mesa y hablamos del Zutabe en medio del "pásame el pan" y el "échame más vino". Son los pequeños síntomas de una infección que nos viene amenazando desde que éramos niños, el virus que nos entra casi por cualquier sitio, por la tele, la radio, los editoriales, las tertulias. Y aunque te creas inmunizado, de pronto tus labios testifican la presencia de la enfermedad. Zutabe, dije una, dos veces. A la tercera me eché la mano a la boca, como si se me hubiera escapado un eructo.

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