Elecciones 27M

Espacio en blanco

Las elecciones no gustan. Las precampañas se avecinan como tormentas, la gente escucha los primeros discursos como los lejanos truenos de un inminente desastre ambiental. Los rayos y centellas que se lanzan entre sí los candidatos crean una lluvia torrencial de reproches, proclamas y eslóganes que empapan a la sociedad inocente y ajena a la batalla de los candidatos. Los políticos disertan elevados sobre sus púlpitos y, al igual que trasnochadas deidades, aún creen que se les atiende y se les cree, que nos encomendamos a sus programas y sus imágenes.

Muchos madrileños hemos perdido sint...

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Las elecciones no gustan. Las precampañas se avecinan como tormentas, la gente escucha los primeros discursos como los lejanos truenos de un inminente desastre ambiental. Los rayos y centellas que se lanzan entre sí los candidatos crean una lluvia torrencial de reproches, proclamas y eslóganes que empapan a la sociedad inocente y ajena a la batalla de los candidatos. Los políticos disertan elevados sobre sus púlpitos y, al igual que trasnochadas deidades, aún creen que se les atiende y se les cree, que nos encomendamos a sus programas y sus imágenes.

Muchos madrileños hemos perdido sintonía con nuestros líderes, quienes no cesan de mostrarse corruptos o simplemente ineptos. Ensimismados en sus nubes, trazan fabulosas remodelaciones urbanísticas o decretan leyes desconectadas con las demandas populares, más aplicados en su propia glorificación o en la fulminación de los oponentes que en el servicio y la atención pública. La Encuesta Social Europea (ESE), que se llevó a cabo en 25 países europeos entre 2004 y 2005, determinó que los españoles son los que más desinterés mostramos hacia la política. Casi al 30% de la población no le interesa "nada o muy poco" lo que se cuece en el Parlamento y al resto, le interesa "poco". Los españoles concedemos un 5,1 al Parlamento, un 4,7 al sistema judicial y un 3,7 a los políticos.

Damos un 5,1 al Parlamento, un 4,7 a la justicia y un 3,7 a los políticos
Aguirre es tan conocida, tan familiar, tan obvia, que resulta insustancial

Es imposible esquivar las gotas de un chaparrón, así que lo más inteligente es encontrarle el encanto a la lluvia. Las campañas electorales pueden pasar de ser un contratiempo estético y mediático a un emocionante dilema. Muchos madrileños observamos el duelo entre los candidatos, sus fotos enfrentadas en las farolas de la Castellana o los debates en Telemadrid con el interés con el que atendemos la final de un concurso televisivo. La falta de complicidad y calidad de los candidatos políticos nos han forzado a tomar distancia y a reinterpretar el día de las elecciones como una noche de máxima audiencia donde el público decidirá quién de los dos finalistas es el vencedor. Sólo en el momento de la votación nos sentimos partícipes de la larga campaña, personajes activos de una trama que hasta ese instante contemplábamos desde fuera.

El gran problema de estos comicios es que los "concursantes" son, probablemente, los más aburridos de las últimas ediciones/elecciones. El duelo comunitario entre Esperanza Aguirre y Simancas es como el combate entre dos ex deportistas. Ambos están en horas bajas, da la impresión de que a los dos se les ha marchitado su mejor momento. Simancas no sólo parece seguir con el gesto petrificado que le cinceló es tamayosaezismo, sino aún convaleciente psicológicamente. El pobre Rafael es algo así como el Cardeñosa de la política, alguien marcado por la tragedia, aún hechizado por el aura y el aspecto del fracaso.

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Esperanza Aguirre no alberga ningún misterio. Ese es su problema. Es tan conocida, tan familiar, tan obvia que resulta insustancial. No sólo da la impresión de carecer de un juego de piernas, un gancho o un crochet con el que sorprendernos, sino que tampoco se tira el farol. Y así, sin luces, basando su mano en la simpleza, su atractivo en el mundo del entertainment es cero.

Ruiz Gallardón al menos se ha ganado la enemistad de gran parte de la ciudad y eso le da tirón. Al margen de las canas en las cejas tampoco ofrece grandes novedades, pero le ha echado un pulso a Madrid con su M-30 y sus parquímetros y tiene cierta gracia ver cómo le responde el personal. El gran problema de este careo es su contrincante: Miguel Sebastián.

En un principio estaba llamado a ser la sal de las dobles parejas, ya que, al menos, estaba sin estrenar. Sin embargo, no ha acabado de despegar. Además, ¿qué clase de entereza y aplomo se le puede pedir como alcalde si la sola tensión de la precampaña le ha envejecido diecisiete años? Lo peor de Sebastián no es que parezca mayor, sino que tiene el grotesco aspecto de alguien al que hubiesen maquillado en una película de serie B para aparentarlo.

Así que ya ni siquiera dan juego estos políticos como espectáculo electoral. Muchos incluso hemos perdido el interés por los asuntos más frívolos de su propia frivolidad. Si las elecciones fuesen un concurso de la tele, esta vez nos ahorraríamos el sms o, como mucho y en señal de protesta, podríamos probar a mandar sólo el espacio en blanco.

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