Análisis:A LA PARRILLA

Eurotrauma

La espeluznante presencia del grupo Lordi, con su estética de bárbaros de videojuego, fue el sintomático presagio para una sucesión de psicodelia alucinógena bautizada como Festival de Eurovisión. El escenario, más sobrio y elegante que otros años y con un creativo despliegue de luces, fue lo mejor de una noche que confirma la hegemonía de los países del Este, que aportan al festival el grueso de las llamadas telefónicas destinadas a elegir al ganador (Serbia, con una canción interpretada con un convincente chorro de voz).

El impresionante plató vio desfilar toda clase de mezclas de lis...

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La espeluznante presencia del grupo Lordi, con su estética de bárbaros de videojuego, fue el sintomático presagio para una sucesión de psicodelia alucinógena bautizada como Festival de Eurovisión. El escenario, más sobrio y elegante que otros años y con un creativo despliegue de luces, fue lo mejor de una noche que confirma la hegemonía de los países del Este, que aportan al festival el grueso de las llamadas telefónicas destinadas a elegir al ganador (Serbia, con una canción interpretada con un convincente chorro de voz).

El impresionante plató vio desfilar toda clase de mezclas de listón bajo, incluida la española, formada por un cuarteto metrosexual cuya blancura de detergente responde al nombre de D'Nash. A algunas de las participantes estuvo a punto de llevárselas el viento procedente de unos potentes ventiladores destinados a resaltar sus leoninas melenas. Habría sido un efecto precioso: cantantes arrastrados por una catástrofe artificial, espachurrándose violentamente contra la cúpula del palacio, acompañados por una banda sonora lo bastante previsible para no ofender los oídos desde Gibraltar a, pongamos, Siberia. Eurovisión siempre fue una experiencia traumática, por eso debe digerirse con ironía, fingiendo pasarlo bien con la delirante coreografía de unos afeminados androides ucranianos o de unos lituanos italianizados. La monocorde sobriedad de la comentarista, Beatriz Pecker, contribuyó a evitar derrames de demagogia festivalera, y algunos de sus comentarios sobre el país anfitrión calaron hondo: "En Finlandia hay más saunas que habitantes". Durante unos segundos, visualicé cientos de saunas abandonadas, con altavoces emitiendo himnos al catenaccio melódico europeo como las que el sábado movilizaron a cientos de miles de fans.

Como siempre, resultaron mucho más interesantes las votaciones que las canciones y volvimos a asistir a un juego de alianzas políticas y a dibujar el mapa real de una Europa que tiene en este festival una de las pocas señas de identidad definitorias de su carácter mutante.

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