Editorial:

Elecciones y pañuelo

Cuando una sociedad se divide como la turca ante una cuestión importante -en este caso la elección por el Parlamento del que sería su primer presidente islamista-, unas elecciones generales anticipadas parecen una salida lógica y democrática. La decisión del Tribunal Constitucional de anular la primera votación parlamentaria para la elección del presidente, debido a que no se alcanzó el quórum suficiente después de que el principal partido de la oposición boicoteara la sesión, no deja otras salidas que la confrontación o las elecciones generales. Éstas son lo sensato, lo que no hace menos lame...

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Cuando una sociedad se divide como la turca ante una cuestión importante -en este caso la elección por el Parlamento del que sería su primer presidente islamista-, unas elecciones generales anticipadas parecen una salida lógica y democrática. La decisión del Tribunal Constitucional de anular la primera votación parlamentaria para la elección del presidente, debido a que no se alcanzó el quórum suficiente después de que el principal partido de la oposición boicoteara la sesión, no deja otras salidas que la confrontación o las elecciones generales. Éstas son lo sensato, lo que no hace menos lamentable que hayan sido los

militares, al acusar dura y públicamente al Gobierno del islamista Erdogan de poner en peligro la laicidad del Estado, los que han forzado al Constitucional a cerrar momentáneamente el paso a los islamistas a un cargo que combina un alto valor simbólico con poderes reales.

Erdogan y su partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) no parecen temer ni el pulso con los militares ni unas elecciones generales que, en cualquier caso, tendrían que celebrarse en noviembre. Piensan que van a ganar. Turquía ha conocido un auge económico en los últimos años sin precedentes, y el AKP ha sabido construir en su derredor una coalición de clases medias y bajas que ahora quiere ampliar -ésta es su condición- rebajando la edad de elegibilidad de los diputados de los 30 a los 25 años. Si gana, el enfrentamiento con el Ejército y una parte de la sociedad se volverá a plantear. Erdogan está plenamente legitimado para aspirar a ser presidente; su ministro de Exteriores y actual único candidato para el cargo, Abdulá Gül, también. Que sus respectivas esposas lleven el pañuelo islámico no debería ser un impedimento.

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Hasta ahora Erdogan ha defendido pública e insistentemente la democracia y la laicidad del Estado turco. Es importante que esta experiencia de gobierno de un partido islamista moderado tenga éxito, lo que significa también que Turquía preserve su laicismo. Pero los militares no pueden ser los árbitros, sino los ciudadanos y las leyes. El Consejo de Europa avaló en su día la prohibición del pañuelo islámico en espacios del Estado turco. Pero en ningún país de la UE le está prohibido a una diputada o a una estudiante en una universidad ir con la cabeza cubierta.

La Unión Europea tiene parte de responsabilidad en el malestar de la sociedad turca, al retrasar sin horizonte alguno la hipotética adhesión de Turquía, lo que ha generado buenas dosis de antieuropeísmo. Los proeuropeos son ahora el AKP de Erdogan y sus seguidores. Detrás de este pulso hay una lucha por la modernización y democratización del país, frente a la preservación de las prerrogativas de la élite que había venido gobernando, incluido el Ejército, que, pese a haber cedido competencias, constituye aún un Estado dentro del Estado.

Abierto o encubierto, un golpe de Estado sería un desastre, y no sólo para una Turquía cuyo crecimiento se vería en peligro. Erdogan debe ir a unas elecciones, con la condición de que todos acepten el juego democrático antes, durante y después.

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