Columna

El gobierno del partido

El Gobierno de los partidos es un elemento importante en la calidad del Estado democrático, en particular cuando del gobierno de los partidos de gobierno se trata. Un partido de gobierno mal gobernado, en el que no se activen los mecanismos de control de sus dirigentes, puede acabar teniendo resultados nefastos en la dirección del Estado.

Ronald Brownstein lo ejemplificaba muy bien en un artículo publicado en Los Angeles Times este pasado miércoles con el expresivo título, ¿Quién está vigilando al presidente?, y con el no menos expresivo subtítulo, ...

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El Gobierno de los partidos es un elemento importante en la calidad del Estado democrático, en particular cuando del gobierno de los partidos de gobierno se trata. Un partido de gobierno mal gobernado, en el que no se activen los mecanismos de control de sus dirigentes, puede acabar teniendo resultados nefastos en la dirección del Estado.

Ronald Brownstein lo ejemplificaba muy bien en un artículo publicado en Los Angeles Times este pasado miércoles con el expresivo título, ¿Quién está vigilando al presidente?, y con el no menos expresivo subtítulo, El partido republicano renunció a la supervisión de la Casa Blanca y los resultados han sido desastrosos. El control de la calidad del trabajo de los dirigentes de un partido es esencial para que dicho partido pueda desempeñar la tarea que tiene asignada en la dirección política de la sociedad. Cuando los controles internos no funcionan, es más que probable que se produzca lo que autor califica de "epidemia de incompetencia": huracán Katrina, caótica ocupación y reconstrucción de Irak, colapso del centro médico del Ejército para los soldados heridos en la guerra, abuso del FBI de los poderes de la Patriot Act, destitución abusiva de fiscales por razones políticas y un largo etcétera. Obviamente, se trata del caso extremo, ya que no es lo mismo que actúe descontroladamente el presidente de los Estados Unidos que que lo haga cualquier otro presidente de gobierno.

Pero la moraleja de Brownstein tiene valor general y para todos los partidos de gobierno tanto si están en el Gobierno como si están en la oposición. El control de calidad interno es esencial para la competición interpartidaria, es decir, para poder ganar unas elecciones primero y poder dirigir políticamente la comunidad después. Si esto se descuida cuando se está en la oposición, la tarea de llegar al gobierno se convierte en algo muy difícil, cuando no imposible.

En Andalucía lo llevamos viendo desde hace muchos lustros y, aunque cueste creerlo, lo seguimos viendo. En esta misma semana la "epidemia de incompetencia" en el interior del PP ha llegado a extremos difícilmente imaginables. O si no, ¿cómo se explica que su presidente regional, Javier Arenas, haya argumentado de la forma que ha argumentado la necesidad de la disolución anticipada del Parlamento y la convocatoria de elecciones? Si el nuevo Estatuto no le quitaba el sueño a nadie, si no respondía a ninguna necesidad de la sociedad andaluza, que está preocupada por otras cosas, ¿cómo es posible que la entrada en vigor de ese nuevo estatuto convierta en "insostenible" la posición del presidente de la Junta de Andalucía hasta exigir la convocatoria de elecciones? ¿En qué quedamos? ¿Piensa Javier Arenas que los ciudadanos no sabemos qué es lo que ha venido diciendo a lo largo de este último año y medio? ¿No hay nadie en el PP que se lo recuerde?

Y ¿qué decir de la alcaldesa y parlamentaria Esperanza Oña, que ha sacado a relucir nada menos que la guerra de Irak y la decisión del presidente del Gobierno de España de retirar las tropas españolas de aquel país, para hacerle responsable del cierre de Delphi? ¿No hay nadie en el PP con sentido del ridículo?

Así no se puede ir a ninguna parte que no sea la derrota y la derrota humillante. Porque una cosa es perder y otra muy distinta cerrarse las puertas a cualquier posibilidad de ganar. Esto lo distinguen muy bien los ciudadanos. Cuando entienden que el discurso de los dirigentes de un partido supone una agresión a su inteligencia, la respuesta suele ser el desprecio. ¿Quién puede tomarse en serio que la solución de Delphi pase por una llamada telefónica de Zapatero a Bush? ¿ Y quien puede tomarse en serio un partido en el que uno de sus máximos dirigentes dice una tontería de ese calibre y no pasa nada? El derecho a decir tonterías es un derecho constitucional, pero la tontería no deja de serlo porque se tenga derecho a decirla. ¿Todavía no se han enterado en el PP?

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