Columna

Vida eterna

Leo el testimonio de una mujer que luchó contra el cáncer de pulmón durante veinte años y colaboró activamente en la ayuda psicológica a estos enfermos. Su marido, escritor del New Yorker, ha escrito un sentido libro sobre ella: "Algunos conocidos la animaban a desconfiar de lo que llamaban paradójicamente 'medicina tradicional', le proponían un cambio radical de vida que debía ir acompañado de misteriosos tratamientos que la ortodoxia médica intentaba silenciar. A mí me sacaban de quicio esos consejos ridículos, pero ella me confesó que encontraba en ellos una verdad que íntimamente co...

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Leo el testimonio de una mujer que luchó contra el cáncer de pulmón durante veinte años y colaboró activamente en la ayuda psicológica a estos enfermos. Su marido, escritor del New Yorker, ha escrito un sentido libro sobre ella: "Algunos conocidos la animaban a desconfiar de lo que llamaban paradójicamente 'medicina tradicional', le proponían un cambio radical de vida que debía ir acompañado de misteriosos tratamientos que la ortodoxia médica intentaba silenciar. A mí me sacaban de quicio esos consejos ridículos, pero ella me confesó que encontraba en ellos una verdad que íntimamente compartía, lo que le venían a decir es que se estaba muriendo". Esos tratamientos "alternativos" para salvar vidas desahuciadas que en circunstancias normales parecen sólo una forma desvergonzada de engañar a la pobre gente, encuentran una nutrida clientela en ese batallón de desesperados que no saben cómo hacer compatible las ganas de vivir con la negación del cuerpo a seguir viviendo. Aún entre los enfermos que confían en la medicina y no en el folclor alternativo están quienes imaginan que la vida es algo que se puede negociar como una hipoteca, y que la ampliación del crédito sólo se dispensa en los hospitales más caros y lejanos. A un nivel menos dramático y envuelta en una estética optimista ha florecido una de las industrias más exitosas de la farmacopea: la vitamínica. Nueva York está plagado de establecimientos que los turistas visitan haciendo acopio de botes como si estuvieran comprando elixir de juventud para los próximos meses. En las fotos que ilustran los estantes encontramos una expresiva muestra de los fabulosos resultados: menopáusicas que dan la bienvenida a la menopausia, prostáticos sin complejos, gays de músculo aceitoso y parturientas que recuperan la figura y la sonrisa. Pero a pesar de que le hemos robado años a la muerte, parece que aún no se ha inventado la manera de ser joven cuando se es viejo; para colmo, los investigadores, esos aguafiestas, advierten cada poco de que las vitaminas no se encuentran en los botes, sino en el mercado de frutas y verduras. Ahora dicen que tampoco podemos creer en los antioxidantes. Otra ilusión perdida. Primero fue la soja, luego las vitaminas, ahora los antioxidantes. Nos están empujando a volver a creer en la vida eterna. La de toda la vida.

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