Análisis:LA NUESTRA | SIGNOS

Sin José Luis Coll

Ya sé que se trata sólo de una impresión personal nacida del malestar que se ha instalado en este país en las últimas semanas, pero no puedo dejar de establecer una cierta relación, que no puedo definir de manera precisa, entre la muerte de José Luis Coll y el brutal vapuleo de lo zafio, lo dogmático y lo intransigente a que nos estamos viendo sometidos. Anteayer, Manuel Vicent definió en este periódico el humor de Coll, de Tip y Coll, como "inteligente, blanco, sutil, alambicado"; y no se ha dejado de aludir a la raíz surrealista de ese humor, así como a una serie de características que la ge...

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Ya sé que se trata sólo de una impresión personal nacida del malestar que se ha instalado en este país en las últimas semanas, pero no puedo dejar de establecer una cierta relación, que no puedo definir de manera precisa, entre la muerte de José Luis Coll y el brutal vapuleo de lo zafio, lo dogmático y lo intransigente a que nos estamos viendo sometidos. Anteayer, Manuel Vicent definió en este periódico el humor de Coll, de Tip y Coll, como "inteligente, blanco, sutil, alambicado"; y no se ha dejado de aludir a la raíz surrealista de ese humor, así como a una serie de características que la genial pareja compartía con otras muestras de humor de las que hemos disfrutado hasta no hace tanto, como por ejemplo la revista Hermano Lobo. No queda nada de todo eso. Y será casualidad, pero está más que comprobado que en la medida en que los tics mentales de la derecha rancia consiguen impregnar con una cierta eficacia el tejido social, los hábitos basados en el ejercicio de la inteligencia, la duda y la autoironía retroceden y su ausencia la ocupan pautas de incivilidad, campeonatos de grosería y atropello.

Una de las frases de Coll más citadas en estos tres días ha sido esta: "Hemos llegado a la conclusión de que la televisión es el espejo del alma". Resulta estremecedor el resultado de repetirla hoy para identificar la clase de alma que la televisión nos está mostrando. No se trata de ser apocalípticos y convertir a la televisión en un mal en sí misma; no es verdad que la selección de los contenidos de la programación es obra de un genio maligno que busca la difusión de un sentido común insensato en su indigencia cultural, suicida en el terreno de la aspiración a un entretenimiento que no sea mera degradación. Si hoy encontramos en todas las cadenas los mismos programas a todas las horas, es porque la demanda y la oferta han alcanzado un escalofriante punto de coincidencia, de igualación a la baja en sus niveles de exigencia. Y donde la coincidencia es mayor es en el tipo de distorsión de la realidad que hoy manda: la que, justamente en la dirección contraria del humor de Tip y Coll, busca el camino más corto y más barato a una ingesta masiva del lado más turbio de la vida en común.

Son poquísimos los programas que, en un régimen de verdadera excepción, pueden hacernos recordar eso que ha desaparecido del mundo de la televisión: Camera café, Noche Hache y poco más. El primero de estos programas consigue, paradójicamente, cuotas de audiencia muy importantes, pero ese dato no se registra en ninguna parte como lo que realmente significa: no se ven programas buenos porque no se ponen en antena.

Y el arrinconamiento del humor es un mal síntoma social. Apunta a la resurrección de los dioses más broncos y obscenos de la tribu. Elimina la posibilidad de mirar la realidad con cierta autonomía mental para que la realidad no acabe coincidiendo por completo y para siempre con el alma suya que la televisión refleja.

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