Análisis:Puro teatro | TEATRO

Tú eres culpa mía

Imagina que eres hijo único, te llamas Bernard, vives tu vida y hace años que no ves a tu padre, el viejo Salter. Imagina que un día te llaman de un misterioso centro gubernamental y te dicen: sorpresa, Bernard, es usted un clon y tiene diecinueve hermanos idénticos repartidos por esos mundos. Podrías creer que estás en una obra de Jardiel, pero eres inglés y no conoces a Jardiel, así que piensas que estás en un cuento de Ballard o de Philip K. Dick. Te dicen: han aparecido los papeles de un científico loco, el tipo murió pero cuarenta años atrás montó esa operación secreta, ilegal, por supues...

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Imagina que eres hijo único, te llamas Bernard, vives tu vida y hace años que no ves a tu padre, el viejo Salter. Imagina que un día te llaman de un misterioso centro gubernamental y te dicen: sorpresa, Bernard, es usted un clon y tiene diecinueve hermanos idénticos repartidos por esos mundos. Podrías creer que estás en una obra de Jardiel, pero eres inglés y no conoces a Jardiel, así que piensas que estás en un cuento de Ballard o de Philip K. Dick. Te dicen: han aparecido los papeles de un científico loco, el tipo murió pero cuarenta años atrás montó esa operación secreta, ilegal, por supuesto, estilo Niños de Brasil, lo sentimos muchísimo, esto es lo que hay, así que vas a ver al viejo Salter y te jura que también acaba de enterarse, y empieza a decir que demandará a quien haga falta, que podéis conseguir mucho dinero, pero eso te da igual, te sientes como Rutger Hauer pidiéndole cuentas al amo de Tyrell Corporation, porque lo más jodido es que te han dicho que no eres el original, y si un día te topas en la calle con otro que eres tú, entonces ¿tú quién demonios eres? Tienes una crisis de identidad realmente salvaje, estás hecho polvo, eres un pedazo de héroe trágico, y entonces Salter te confiesa, porque no le queda otro remedio, que sí, que hubo un primer hijo pero palmó a los cuatro años con tu madre en un accidente de coche, y como arrancaba la cosa de las clonaciones se empeñó hasta las cejas porque quería tenerte, siempre has sido y serás su hijo, pero no sabía, no podía saber que aquel chalado multiplicaría el experimento. Vale, te quiere pero te confirma que eres una maldita copia, y lo peor no es eso, lo peor es que tampoco eres el protagonista de la obra de Caryl Churchill aunque se titule Una copia, eres Bernard Dos, la función no ha hecho más que empezar y ya te sacan de escena porque, y eso sí que es un gran golpe de teatro, está a punto de entrar Bernard Uno, que es el auténtico desplazado, rechazado, expulsado del reino. Bernard Uno es el héroe trágico, él es Hamlet y tú eres uno de los diecinueve Rosencrantzs o Guildernsterns, a elegir, así que siéntate por ahí y espera un rato a tu destino porque yo también tengo mis propios problemas, yo soy el que ha de escribir de todo esto y no puedo hablar del caso de Bernard Uno sin revelar las claves de su tragedia, mi mujer y todos los que aún no han visto Una copia me matarían, sobre todo mi mujer que siempre me dice que tiendo a destripar los argumentos. No tendrás que esperar mucho porque la señora Churchill ha condensado en sesenta minutos vuestra historia, vuestras historias, yo salí del Lliure con ganas de abrazar, por delegación, a Jordi Prat, traductor y director, sesenta minutos, algo insólito para los tiempos que corren, cuando en la mayoría de las obras todo se estira, se alarga hasta el más infinito tedio, hay una pobre idea solitaria arrastrándose por el desierto en busca de su inalcanzable compañera ideal, mientras que tu ama ha ligado una auténtica obra maestra, un multipack, thriller psicológico, fábula futurista, especulación científica, y por cierto que lo de las clonaciones es una pura percha, está hablando de la identidad, y de padres e hijos, por si no había quedado claro, y sobre todo ha hecho una tragedia como la copa de un pino en la que a ratos te ríes mucho, las mejores tragedias son las que no escatiman el humor, si no el asunto se queda en melodramón a secas, tienes que reírte para que el mazazo caiga de repente, como en la vida misma, y hablando de mazazos y tragedias ahí asoma ya Bernard Uno, atormentado hasta la médula, puede soportar que haya otros pero no que siendo el "original" le hayas reemplazado, o sea que durante su encuentro con Salter sabremos que el viejo no te contó la verdad verdadera, ésta es otra de las grandísimas cosas de esta función, no puedes perderte una frase, no puedes distraerte ni un minuto porque para que no pase de los sesenta es imprescindible pelar cualquier hilacha de grasa, todo ha de ser hueso, tuétano, revelación, cada réplica una bala cargada de nuevos datos, balas laterales, esquivas, imprevisibles pero que siempre dan en el blanco y forman una corona en la diana, una corona de espinas y de dolor y culpa, hasta cuando hablan de un perro insoportablemente salvaje, indomesticable, están mencionando algo capital, importantísimo, como los gritos en la oscuridad de tu pobre hermano mientras el viejo no podía escapar de su oscuridad paralela, de su propio túnel de pastillas y alcohol, hasta que al final se abre una cierta ventana o, si prefieres, una ventana incierta, con la aparición del tercero, el que ya no es como vosotros, David Selvas puede al fin respirar otro aire, ha sido tú y tu hermano loco, ha conseguido que os viéramos distintos, un auténtico tour de force, y ahora ya no es Bernard Tres sino Michael Black, del mismo modo que Andreu Benito también ha sido dos, el mentiroso y el culpable y ahora es el tercer padre, definitivamente aniquilado, y hay que decir que en la primera escena estaba un tanto monocorde, que es la tendencia de Benito cuando no acaban de ajustarle la dirección, a muchos coches buenos les pasa, pero en la segunda curva pone la directa y sigue corriendo por el laberinto hasta su encuentro con Black, que tiene otro nombre porque creció con otros padres, igual que los dieciocho restantes, y ésa es la tragedia última para el viejo Salter, el mozo se aleja y se aleja tras la sonrisa y las gafitas, parece tan razonablemente feliz, profesor de matemáticas, casado, tres hijos, y Salter busca en él una huella y sólo obtiene datos externos, preferencias, calcetines azules, helado de plátano, las orejitas de su mujer, y parece constatarse la derrota de la genética frente al entorno cuando el profe arroja cifras, compartimos el 95% de nuestros genes con cualquier persona, y el 96% con un chimpancé, e incluso el 30 con una lechuga, pero hay algo ahí debajo, cuando de repente rompe a hablar de su extraña fascinación por la gente que vive bajo tierra, en túneles y habitaciones secretas, algo bajo la luminosa ventana, algo que, si escuchamos bien, tal vez podría parecerse oscuramente a un vínculo ¿no?

A propósito de Una copia, de Caryl Churchill, dirigida por Jordi Prat i Coll, en el Teatre Lliure, de Barcelona

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