Baloncesto | Copa del Rey

1-3-1

Hace ya unos cuantos años, se juntaron en Milán unos cuantos jugadores singulares no sólo por su talento, sino también por su personalidad y su carácter ganador. Basta recordar sus nombres para hacerse una idea de la potencia de aquel equipo. Empezando por el mítico Dino Meneghin y siguiendo por el base Mike D'Antoni, ahora triunfando en Phoenix gracias a lo mismo que le hizo brillar como jugador: su extrema inteligencia. También andaba por allí otro clásico como Bob McAdoo, una metralleta humana, y un tal Premier, un chico para todo si ese todo era defender al límite de la legalidad.

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Hace ya unos cuantos años, se juntaron en Milán unos cuantos jugadores singulares no sólo por su talento, sino también por su personalidad y su carácter ganador. Basta recordar sus nombres para hacerse una idea de la potencia de aquel equipo. Empezando por el mítico Dino Meneghin y siguiendo por el base Mike D'Antoni, ahora triunfando en Phoenix gracias a lo mismo que le hizo brillar como jugador: su extrema inteligencia. También andaba por allí otro clásico como Bob McAdoo, una metralleta humana, y un tal Premier, un chico para todo si ese todo era defender al límite de la legalidad.

En una época en la que el baloncesto italiano vivía en la abundancia y su Liga era referencia, aquel colectivo llamado a veces Billy y otras Tracer se llevó, entre otras cosas, dos Copas de Europa consecutivas.

El Joventut consigue por encima de todo atacar el sistema nervioso de sus rivales

Jugar contra ellos suponía un tormento. No sólo por su gran capacidad técnica, que unida al clásico talante competitivo italiano formaba un panorama extremadamente complejo para cualquier rival. Muchas de las pesadillas a las que tenías que hacer frente venían de una variante táctica que, con el maestro Dan Petterson en la banda, elevaron a la categoría de arte. La zona 1-3-1. Por más que la entrenases previamente, por más que supieses hasta cuándo y cómo la iban a realizar, cuando llegaba el momento y la plantaban sobre la cancha, aquello se convertía en un suplicio chino.

Muchos equipos lo han intentado antes y después, pero pocos se han acercado tanto a aquel modelo como el actual DKV Joventut. En los cuartos de final fue fundamental para doblegar al Akasvayu Girona y frente al Barça volvió a causar estragos. Al final, ganaron los azulgrana, que tardaron un mundo y un sinfín de errores hasta encontrarle el punto, si es que alguna vez lo hallaron.

Sobre el papel o la pizarra, cualquier zona defensiva resulta en apariencia sencilla de atacar y más si pretendes hacerla muy abierta como esta modalidad. El campo es muy grande para cubrirlo por partes con sólo cinco jugadores y basta seguir tres directrices -buena circulación del balón, dividir y buscar un vértice interior sobre el que apoyarse- para que el éxito parezca asegurado en forma de una buena opción de alcanzar la canasta.

Pero en ninguna otra variante aparece con tanta fuerza el factor psicológico. Las zonas son para gente inteligente. Para atacarlas y también para defenderlas. Tan importante es cubrir como hacer creer que cubres. Ante una defensa individual en la que no hay tregua para nadie, la zona permite pensar y meditar, lo que siempre supone un arma de doble filo.

El Joventut, con la claridad de ideas con la que la pone en práctica, consigue por encima de todo atacar directamente al sistema nervioso de sus rivales. Los provoca, multiplica su actividad aparente, hace dudar hasta la exasperación de las elecciones tomadas y permite que gente como Ricky Rubio pueda aprovechar esa cualidad innata que le hace estar en varios sitios a la vez para acabar robando la cartera.

Hoy, el Joventut se vuelve a Badalona con el petate vacío, pero dejando una perla que ya tiene fama merecida. El primer paso para poder ganar la próxima batalla.

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