Cartas al director

Solidaridad, la gran olvidada

Qué tiempos aquellos en los que los trabajadores apoyados por los sindicatos obreros se jugaban su puesto de trabajo y hasta el físico por cualquier compañero que fuese tratado injustamente, o más fácil aún, que padeciera lo que a nadie le gustaría sufrir en sus carnes.

La sociedad de hoy, tal como la hemos ido aceptando, proclama que cualquier cosa vale siempre que nos beneficie a cada uno con independencia del otro, sin calibrar que la unión hace la fuerza, y que lo que hoy perjudica a uno de los compañeros de trabajo puede ser la excusa para que el día de mañana todos estemos en idén...

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Qué tiempos aquellos en los que los trabajadores apoyados por los sindicatos obreros se jugaban su puesto de trabajo y hasta el físico por cualquier compañero que fuese tratado injustamente, o más fácil aún, que padeciera lo que a nadie le gustaría sufrir en sus carnes.

La sociedad de hoy, tal como la hemos ido aceptando, proclama que cualquier cosa vale siempre que nos beneficie a cada uno con independencia del otro, sin calibrar que la unión hace la fuerza, y que lo que hoy perjudica a uno de los compañeros de trabajo puede ser la excusa para que el día de mañana todos estemos en idéntico callejón sin salida.

Los logros obreros, por muchas milongas que nos cuenten, se han quedado en papel mojado y excepto los funcionarios el resto de trabajadores tienen una precariedad sin precedentes; claro está, si tienen la suerte de encontrarlo, después de un maratón de entrevistas con psicólogos, entrevistas de todo tipo, posiblemente para trabajar de reponedor o de cajero/a en un supermercado.

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Aunque las listas del Inem, cuando conviene al Gobierno de turno, sean adelgazadas con trabajadores que soportan estoicamente contratos de una o dos horas, o en el mejor de los casos con uno de tres meses, de ocho horas diarias, que se convierten en diez o más por el arte de birlibirloque y la ceguera crónica de los sindicatos, que se han dejado querer por la patronal y por los Gobiernos del color que sean.

En el país en donde el enchufe toma valor añadido, donde los licenciados emigran o terminan haciendo un master en carga y descarga en Mercagranada, donde a los jóvenes se les exige experiencia para fregar suelos o platos detrás de una barra, no nos puede resultar extraño la dramática historia de los trabajadores de Lo Monaco.

Que están siendo insolidarios con sus compañeros de fatigas, no me cabe duda, pero que se encuentran desprotegidos, todos ellos, es la vergüenza que un país repleto de sindicatos obreros tiene que soportar. Hoy más que nunca, el grueso de los trabajadores se encuentran huérfanos.

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