Fútbol | Vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey

El Bernabéu ignora a Calderón

Madrid

"El Bernabéu es como un teatro", dijo Ramón Calderón, el presidente del Madrid, el pasado martes, además de definir a sus jugadores como gente casquivana, ególatra e ignorante. "Allí nadie va a animar, como hacen en países como Italia e Inglaterra", apuntó el mandatario. Y tenía razón.

Si el público de su estadio se hubiera comportado como el de un campo clásico o si hubiese desaprobado sus palabras, su entrada en el palco habría quedado bañada por abucheos. No fue así.

El Bernabéu recibió a Calderón como reciben las audiencias de los teatros a sus directores artíst...

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Madrid

"El Bernabéu es como un teatro", dijo Ramón Calderón, el presidente del Madrid, el pasado martes, además de definir a sus jugadores como gente casquivana, ególatra e ignorante. "Allí nadie va a animar, como hacen en países como Italia e Inglaterra", apuntó el mandatario. Y tenía razón.

Si el público de su estadio se hubiera comportado como el de un campo clásico o si hubiese desaprobado sus palabras, su entrada en el palco habría quedado bañada por abucheos. No fue así.

El Bernabéu recibió a Calderón como reciben las audiencias de los teatros a sus directores artísticos en una noche cualquiera.

Sus declaraciones no despertaron la irritación del público, ni mucho menos sus ganas de protestar a otra cosa que no fuera al árbitro, el asturiano Mejuto González. En el tramo final del choque cayeron todo tipo de objetos desde la grada. Uno de ellos impactó en el brazo de un linier y junto a Doblas, el portero del Betis, cayó un teléfono móvil. Concluido el partido el césped del Santiago Bernabéu quedó convertido en un campo de minas.

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La gente llegó tarde del trabajo y el campo tardó en llenarse. Una vez rozado el completo del aforo, la afición se dejó llevar por el entusiasmo de los canteranos y los nuevos fichajes.

La nueva industria del fútbol terminó hace años con los hinchas partisanos. Ya quedan pocos y, si acaso, hacen como ayer: lanzan objetos al juez de línea o insultan al árbitro. Como mucho.

El Bernabéu no tiene fondos populares. Se divide en boxes, zonas VIP, tiendas y restaurantes que garantizan una explotación racional y exhaustiva de las instalaciones.

Entremezclados entre unidades de negocio y oligarcas locales, los viejos socios se distraen y se olvidan de las viejas divisas románticas. Pocos quieren influir desde su asiento. La mayoría se comporta como telespectadores en el sillón. La participación es escasa.

Calderón sabe de lo que habla. Ni siquiera en una semana agitada para la vida del club los socios se volvieron hacia el palco. Bastante tuvieron con quejarse de Mejuto por dos goles anulados y dos posibles penaltis a favor que no fueron sancionados.

El Bernabéu no se manifestó. Sólo ondearon dos pancartas. Una, rústica, dedicada al portero Diego López de parte de sus paisanos de Paradela. Otra, industrial, dedicada a Calderón. Decía: "Afición unida con Calderón".

Pero esta segunda pancarta, colgada del primer anfiteatro, está permanentemente instalada. Tan fija al estadio como las porterías.

Durante la semana, en los días que no hay partido, cuando las gradas están limpias, los visitantes del tour del Bernabéu sólo pueden apreciar un signo de vida en la tribuna: la pancarta industrial de apoyo a Calderón.

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