Cartas al director

El bien de la familia

Llegó del trabajo cansadísimo. Se duchó, se cambió de ropa y se recostó en el sofá con ganas de cerrar los ojos durante un buen rato. No habían pasado ni cinco minutos cuando llegó su mujer con los niños. Los acababa de recoger de la guardería. Se miraron a los ojos y sonrieron. Los dos estaban al límite de sus fuerzas.

Sí, era la víspera de la cabalgata de los Reyes Magos y ese día llegaban a la plaza del pueblo los pajes de sus majestades para recoger las cartas escritas por los pequeñuelos y dárselas con presteza a sus señores. Ahí estaban sus dos hijos, mirándolos con los ojos abier...

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Llegó del trabajo cansadísimo. Se duchó, se cambió de ropa y se recostó en el sofá con ganas de cerrar los ojos durante un buen rato. No habían pasado ni cinco minutos cuando llegó su mujer con los niños. Los acababa de recoger de la guardería. Se miraron a los ojos y sonrieron. Los dos estaban al límite de sus fuerzas.

Sí, era la víspera de la cabalgata de los Reyes Magos y ese día llegaban a la plaza del pueblo los pajes de sus majestades para recoger las cartas escritas por los pequeñuelos y dárselas con presteza a sus señores. Ahí estaban sus dos hijos, mirándolos con los ojos abiertos y con sus cartas en la mano. Y a la plaza que se fueron los cuatro. La alegría y la ilusión de sus retoños les hizo olvidar todo lo demás.

Y así es como esta familia se asemeja en mucho a esa otra familia de Nazaret. Un marido y una mujer dispuestos a cambiar de planes, a renunciar a todo, por amor. Así de simple.

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Y este sería un buen antídoto para prevenir los fracasos matrimoniales de hoy en día: ser capaz de pensar en el bien de la familia antes que en el propio.

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