El olor de la Expo
Zaragoza huele mal. Nadie lo dice. Nadie lo comenta. Nadie lo convierte en noticia. Ningún partido político municipal presenta mociones para solucionarlo. La oposición se mantiene inmóvil en este asunto. El problema es que es un mal tan asumido por la sociedad zaragozana que todos se han acostumbrado a ese olor que, día sí y día no, empaña nuestro sentido del olfato. Soy de fuera, no he investigado el asunto y desconozco si este mal endémico y autoasumido procede únicamente de las fábricas de papel. Pero, lo cierto es que nadie me aclara lo que pasa. Lo que sé es que hay días que huele a colif...
Zaragoza huele mal. Nadie lo dice. Nadie lo comenta. Nadie lo convierte en noticia. Ningún partido político municipal presenta mociones para solucionarlo. La oposición se mantiene inmóvil en este asunto. El problema es que es un mal tan asumido por la sociedad zaragozana que todos se han acostumbrado a ese olor que, día sí y día no, empaña nuestro sentido del olfato. Soy de fuera, no he investigado el asunto y desconozco si este mal endémico y autoasumido procede únicamente de las fábricas de papel. Pero, lo cierto es que nadie me aclara lo que pasa. Lo que sé es que hay días que huele a coliflor y no es precisamente por la pujanza de restaurantes vegetarianos en el moderno barrio del Actur o en la propia plaza del Pilar.
Quedan dos años para la Expo. Mientras muchos turistas recuerden Málaga por su olor a mar o a Jaén capital por ese sabor dulce que impregna su fábrica de galletas... los que visiten la futura capital de la Expo en 2008 dejarán en su subconsciente ese olor que empañó una jornada especial en una ciudad tan bella como Zaragoza.