Columna

Púlpito

No hay nada que me dé más miedo que un predicador que se baja del púlpito. El púlpito empequeñece a los fieles, los reduce a su condición de rebaño, pero tiene a su vez un elemento revelador: establece esa distancia necesaria entre fiel y sacerdote que le permite al creyente sentirse parte del mundo real y marcar distancias con el que vive una existencia de ritos religiosos.

Hubo un día en que eso empezó a cambiar. El día en que el cura se quitó la sotana y la cambió por un traje, del traje pasó al jersey de Marcelino, del jersey a la camisa de cuadros. Fue el día en que el coro ...

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No hay nada que me dé más miedo que un predicador que se baja del púlpito. El púlpito empequeñece a los fieles, los reduce a su condición de rebaño, pero tiene a su vez un elemento revelador: establece esa distancia necesaria entre fiel y sacerdote que le permite al creyente sentirse parte del mundo real y marcar distancias con el que vive una existencia de ritos religiosos.

Hubo un día en que eso empezó a cambiar. El día en que el cura se quitó la sotana y la cambió por un traje, del traje pasó al jersey de Marcelino, del jersey a la camisa de cuadros. Fue el día en que el coro de canciones rancias y órgano desafinado se sustituyó por unas guitarras y un repertorio de Cumbayás. El día en que en vez de darse "la paz" con la mano comenzaron los besos, el batallón de creyentes se llevó una cámara de vídeo para grabar la comunión y la confesión privada pasó a ser colectiva.

El último paso hacia la "normalización guay" del sacerdote aún no ha llegado a España. Llegará. El último paso es ese momento aterrador en que el predicador se baja del púlpito, se remanga la camisa y baja al tajo, a sentarse entre los pecadores como uno más. Lo que más te asusta de Ted Haggard, ese predicador de la Iglesia evangelista que demonizaba la homosexualidad mientras pagaba a un "masajista" para que le ayudara a relajarse, son esas fotos en las que aparece sonriente entre los corderos de su Iglesia. Se diría que está contando chistes bobos. Tiene una apariencia de individuo sano y tolerante, pero es mentiroso, tiránico y furiosamente reaccionario. Tras la revelación de su vicio ha comprendido rápido cuál debía ser su actitud hacia la posible redención: confesar que siente asco de sí mismo y pedirle a la congregación que le ayude a superar el trago. Menudo morro. El último truquillo del fanático pillado en un renuncio es presentarse como víctima del pecado que ocultaba. Se ha sentado entre los fieles y ha dicho: "Me llamo Ted y soy pecador". Parecería de película de Leslie Nielsen, sino fuera porque este señor fue consejero en materias de espíritu de Bush. Rectifico: con más razón parece de Leslie Nielsen.

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