Editorial:

Muy poca cumbre

A los dos documentos principales, llamados Compromiso y Declaración de Montevideo, la cumbre de 20 países iberomericanos más España y Portugal que concluyó ayer en su XVI edición en la capital uruguaya sumaba una docena más de acuerdos, lo que representa un respetable montículo de papel. Pero sólo eso.

El agotamiento de la palabra, la ausencia de ocho jefes de Estado, entre ellos pesos pesados como Lula de Brasil, Castro de Cuba, Chávez de Venezuela, y García de Perú, la diferencia de opiniones en asuntos como la inmigración, y la incomodidad por problemas bilaterales entre Kirch...

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A los dos documentos principales, llamados Compromiso y Declaración de Montevideo, la cumbre de 20 países iberomericanos más España y Portugal que concluyó ayer en su XVI edición en la capital uruguaya sumaba una docena más de acuerdos, lo que representa un respetable montículo de papel. Pero sólo eso.

El agotamiento de la palabra, la ausencia de ocho jefes de Estado, entre ellos pesos pesados como Lula de Brasil, Castro de Cuba, Chávez de Venezuela, y García de Perú, la diferencia de opiniones en asuntos como la inmigración, y la incomodidad por problemas bilaterales entre Kirchner de Argentina y Vázquez de Uruguay, han redondeado una reunión necesaria pero insuficiente. La secretaría general creada el año pasado y que dirige el uruguayo Enrique Iglesias no ha hecho que se notara cambio alguno. Y se habla de celebrarlas cada dos años en lugar de anualmente.

¿Para qué ha servido, entonces, la cumbre? Para verse las caras, alistar algunos acuerdos de contenido retórico como el pronunciamiento en contra de la anunciada construcción del muro norteamericano contra la inmigración procedente de México -que no llegó a condena por insistencia del propio presidente mexicano, Vicente Fox-; y la defensa de los derechos humanos de los inmigrantes -en lo que el presidente Zapatero quiso sin éxito que se distinguiera entre legales e ilegales- y que prevé para la segunda mitad de 2007 un Foro Iberoamericano de Migración y Desarrollo, que evaluará propuestas y diseñará estrategias, cuando el problema de la emigración, con más de 25 millones de latinoamericanos expatriados laborales, no es precisamente de ayer. Esa cuestión motivó también el tipo de discurso al que ya nos tiene acostumbrados el boliviano Morales, líder del nacionalismo radical en ausencia de sus manes y lares, Castro y Chávez, que poco menos que acusó a la policía española de pedirle una coima en un viaje, invitado por el Ayuntamiento de Bilbao, cuando aún no era presidente.

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Urge, si se quiere que un día vea la luz una Comunidad Iberoamericana de Naciones, que se preparen mejor las cumbres, que se convoquen sólo con acuerdos ya negociados a los que sólo falte la rúbrica. Eso hay que hacer para la próxima cita en Santiago de Chile. Y que se celebren con la frecuencia que los frutos previstos aconsejen. Si es anualmente, mejor.

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