Columna

Las pelotas del Masters

El deporte siempre fue un buen aliado de los negocios. Un conocido empresario admite que llegó a tomar clases de golf sin que le atrajera en lo más mínimo esa disciplina. Lo hizo para no quedar como un patán en el club donde se apuntó, a fin de coincidir con unos tipos con los que pretendía relacionarse. Le funcionó. Aquellos que resultaban inaccesibles en sus despachos se le abrían sobre el green mientras arrastraban el carrito de los palos.

Algo parecido sucede en el cotizado palco del Real Madrid, allí donde el ladrillo ha logrado más jornadas de gloria que las conseguidas por...

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El deporte siempre fue un buen aliado de los negocios. Un conocido empresario admite que llegó a tomar clases de golf sin que le atrajera en lo más mínimo esa disciplina. Lo hizo para no quedar como un patán en el club donde se apuntó, a fin de coincidir con unos tipos con los que pretendía relacionarse. Le funcionó. Aquellos que resultaban inaccesibles en sus despachos se le abrían sobre el green mientras arrastraban el carrito de los palos.

Algo parecido sucede en el cotizado palco del Real Madrid, allí donde el ladrillo ha logrado más jornadas de gloria que las conseguidas por el club blanco sobre el terreno de juego. Es el mismo ladrillo que corta orejas y rabos en las barreras de la plaza de toros de las Ventas durante la Feria de San Isidro. La afición compartida crea el ambiente y la empatía que favorece la relación y el trato.

Así hay que entender lo acontecido en el Masters Series de Madrid que, con tanta autoridad, ganó Federer el pasado fin de semana. Vimos el mejor tenis del mundo y, sin embargo, allí parecía que el deporte era sólo una excusa. Quien no haya ido a los pabellones de la Casa de Campo durante el Masters le será difícil imaginar lo mucho que se coció en sus instalaciones. Y no lo digo, que también, por los stands de las empresas involucradas en el evento, sino por el área VIP, léase personalidades.

Todo el tinglado se fundamenta en los onerosos palcos que las grandes empresas compran para sus ejecutivos y clientes. Hasta 17.000 euros pagan por unas cuantas sillas en la pista central del torneo. Una ganga, a juzgar por el casi centenar de compañías que aguarda pacientemente en la lista de espera.

Así lo han sabido ver firmas como Mutua Madrileña, principal patrocinador en cuyo palco coincidieron en la final los presidentes de las constructoras más importantes del país. En el Masters el invitado VIP podía ver tenis o irse directamente al área de restauración, paraíso gastronómico del evento.

Eran siete restaurantes de siete lugares del mundo que una mágica pulserita de papel plastificado te permitía recorrer de gratis en todos y cada uno de sus bufets. Es verdad que había que guardar cola para las ostras francesas o el jamón de bellota pero, mientras sostenías el plato, podías charlar con algún presidente o consejero-delegado.

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Algo, no obstante, deberán hacer en próximas ediciones para evitar que los atascos de hora punta evaporen el glamour y el clima de exclusividad que requiere el invento. Su gran sacerdote y responsable máximo es Ion Tiriac, un tenista rumano amigo de Illya Nastasse que vio este negocio cuando el Ayuntamiento estaba a por uvas, lo que ahora le permite ir de sobrado.

Aunque sólo él sabe lo que gana, es evidente que el Masters de Madrid resulta muy rentable y mucho más que lo será cuando lo programen en primavera, como quiere la Asociación de Tenis Profesional, ATP y tenga carácter mixto y simultáneo.

Nada, en cualquier caso, comparado con la importancia adquirida como acto social y, sobre todo, el renombre y la proyección internacional que ese evento le proporciona a nuestra capital. Más de 120 cadenas de televisión de todo el mundo retransmitieron imágenes del Pabellón Arena, por cuyas instalaciones pasaron unas 135.000 personas.

Ya no importa, como antaño argüían desde Cataluña, que las pelotas vuelen más veloces a causa de la altitud de Madrid. Aquí han venido las 10 primeras raquetas a escala internacional y tenemos el mejor torneo en pista cubierta del mundo. O, para ser más exacto, lo tiene Tiriac, como él gusta de ostentar hasta rozar el despotismo.

Y, sin ánimo de ofender, parece poco recomendable que un montaje de esta importancia e interés estratégico para la capital dependa de un empresario privado que puede trasladarlo a otra ciudad cuando le convenga, como le pasó a la ciudad alemana de Stuttgart.

El Ayuntamiento y las instituciones deportivas que, junto al empuje de la afición y la vitalidad económica de Madrid, hicieron posible este éxito, deben coordinar una operación rescate.

Hay que hacerse cuanto antes con los derechos de propiedad del evento y conjurar incertidumbres o sorpresas indeseables.

No será fácil, tal vez haya que comprar un segundo torneo para no negociar éste en precario o garantizar beneficios al actual propietario hasta su jubilación.

Todo menos permanecer en esta dependencia de alto riesgo. Cuanto más crezca el Masters más tendrá Ion Tiriac a Madrid cogido por las pelotas.

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