Crítica:

Poética del barro

En Japón existe una larga tradición cerámica que ha destilado una buena cantidad de técnicas y tipos de objetos que son capaces de caracterizar cada una de las épocas en las que la historiografía divide los periodos de su cultura. No es por lo tanto extraño que el escultor de padre japonés y madre norteamericana Isamu Noguchi (Los Ángeles, 1904-1988) en algunas de sus estancias en Japón se sintiera atraído por esas técnicas milenarias, tal como le sucedió a Picasso cuando fue a vivir a Vallauris, pero, a diferencia del maestro malagueño que le dedicó al tema mucho tiempo y esfuerzo, la cerámic...

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En Japón existe una larga tradición cerámica que ha destilado una buena cantidad de técnicas y tipos de objetos que son capaces de caracterizar cada una de las épocas en las que la historiografía divide los periodos de su cultura. No es por lo tanto extraño que el escultor de padre japonés y madre norteamericana Isamu Noguchi (Los Ángeles, 1904-1988) en algunas de sus estancias en Japón se sintiera atraído por esas técnicas milenarias, tal como le sucedió a Picasso cuando fue a vivir a Vallauris, pero, a diferencia del maestro malagueño que le dedicó al tema mucho tiempo y esfuerzo, la cerámica de Noguchi no deja de ser un episodio incidental en su carrera. Sin embargo, las piezas que elaboró a principios de los años cincuenta en Kita-Kamakura, en el horno del alfarero Kitaioji Rosanjin, merecen la exposición que se le dedica.

ISAMU NOGUCHI

Museo Colecciones ICO

Zorrilla, 3. Madrid

Hasta el 7 de enero de 2007

Noguchi, además de ser un

importante escultor y creador de espacios públicos y deliciosos jardines, se interesó por otras facetas del arte, como las escenografías o el mobiliario, siendo diseñador de lámparas, mesas y, muy particularmente, de objetos de menaje, como platos, tazas o cuencos que han sido comercializados por importantes firmas industriales. Estos objetos ofrecen siempre una ambivalencia entre lo funcional y la forma libre tocada por un halo surrealista y abstracto. Esto sucede también con algunas de las piezas cerámicas que ahora se presentan, se pueden contemplar como formas libres e independientes de cualquier utilidad, como objetos que no reclaman ninguna explicación, o se les puede asignar un destino práctico, lo que queda sugerido por una instalación que coloca las cerámicas a una altura como la de una mesa, casi al alcance de la mano.

Sin embargo, en la mayoría de las piezas que se exhiben en esta exposición parece primar la objetualidad estética y el carácter simbólico. Así, un cuenco semicircular que podría físicamente contener legumbres o agua resulta ser demasiado raro para convertirlo en un objeto de uso. En otros casos, la tosquedad del material y el esquematismo de las formas nos transporta a un mundo primitivista, más cercano a la idea del art brut de un Dubuffet que a la delicadeza de las porcelanas orientales. Esquematismo y tosquedad revelan la cualidad experimental de unos trabajos que son búsquedas sin resultado, procesos sin finalidad concreta, juegos con una materia que el artista puede amasar, estirar, doblar, cortar, taladrar o punzonar gracias a su versatilidad, dotando de formas poéticas al amorfo barro.

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